IDEAS

El dinero y la familia

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Jordi Puntí

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Una obra de teatro de tres horas y media. Puede que algún lector frunza el ceño, pero todo es cuestión de perspectiva. Al fin y al cabo nos tragamos tres capítulos de una serie tirados en el sofá y el tiempo pasa volando, ¿no? A veces tres horas y media incluso pueden parecer poco, si lo que quieres es contar 164 años de la historia de una familia. Es lo que ocurre estos días en el Teatre Lliure de Montjuïc, donde el tiempo se dilata y se encoge para acomodar la epopeya de los Lehman, venidos de un pueblecito de Baviera a los Estados Unidos.

En el Teatre Lliure de Montjuïc, el tiempo se dilata y se encoge para acomodar la epopeya de los Lehman

'Lehman Trilogy', la obra de Stefano Massini que ha adaptado y dirigido Sergio Peris-Mencheta, se abre en septiembre de 1844, con la llegada de Henry Lehman a Nueva York. Pronto le acompañan sus dos hermanos, Emanuel y Mayer, y juntos se instalan en Alabama para comerciar con el algodón en bruto. Poco después se trasladan de nuevo a Nueva York y, a través de los negocios, acaban creando uno de esos imperios familiares tan sólidos que parece imposible que puedan quebrar nunca, Lehman Brothers —hasta que un día sucede, el 15 de septiembre de 2008, y con su debacle provocan la crisis financiera mundial más importante de la historia.

Gracias a una escenografía muy versátil y a seis actores espectaculares, Lehman Trilogy es una de esas obras totales, de ritmo imparable, con grandes números musicales —preciosas las canciones tradicionales judías—, con humor y desesperación, con una narrativa calculada para dar contexto y no perderse en las ramas del árbol genealógico. Hay espacio para la proximidad nostálgica a los orígenes y para la distancia irónica. Aunque en algún caso pase de puntillas, también se dibujan las luces y sombras del gran capital: el comercio gracias a la esclavitud de los negros, los beneficios económicos que siempre se pueden sacar de una guerra, ya sea civil o mundial... Cuando la familia pierde el control, y debe confiar en el instinto de otros economistas, se pierde también la dimensión lírica: Bobby Lehman, nieto de inmigrantes, se queja de que el hijo de un cocinero griego de Nebraska pueda ir a la universidad. Como si no supiera que el dinero no tiene alma. (No se la pierdan.)

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