IDEAS

¿El regreso de los escritores malotes?

Michel Houellebecq, en el 2017 en Nueva York.

Michel Houellebecq, en el 2017 en Nueva York. / periodico

Miqui Otero

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Eres un majadero y un insensato. También un felón. Si no fueras tan alfeñique ya te habría dado hostias hasta en el cielo de la boca. Pelota. Eres como ese lelo que se pasea con un tenedor en la mano en un mundo donde solo sirven sopa. Sosainas, espíritu sin sal, atontado a las tres. Idiota.

¡Oh, disculpen! ¿Andaban por aquí? No se me ha disparado un 'tourette' justo después de abrir el Word y mucho menos quería que se ofendieran. En realidad, estaba entrenando. Sí, soy como esos que no pretenden ir a boxear pero que a ir al gimnasio lo llaman “entrenar”. 

¿Qué por qué me entreno? Porque advierto algunos síntomas de que amenaza con regresar la figura del escritor hosco y malcarado. Hace unos años, los medios lo habían dado por muerto. En el 2014 y el 2015 se publicaban artículos elegiacos sobre el tema: 'The New York Times' hablaba de “¿Qué ha sido de los así llamados chicos malos de la literatura?” y, en 'The Guardian', Howard Jacobson se lamentaba porque en la actualidad nadie publicaría a Kafka (por su carácter y por sus historias sin redención). “¿Cuándo fue la última vez que alguien intentó atracarte en el metro con la novela 'Middlemarch' bajo el brazo?”, decía. Es más, el israelí Nir Baram se preguntaba sobre ello en la promoción de su novela 'Las buenas personas' (“No sé de dónde viene esta manía de los escritores actuales por parecer monos, asequibles y gustar”) y Twitter cancelaba @emperorfranzen, la cuenta paródica sobre el más atacado por su carácter aparentemente benigno, Jonathan Franzen.

Amenaza con regresar la figura del autor tosco y malcarado

Pero todo, desde las riñoneras a los altramuces, vuelve. Estas últimas semanas, se ha discutido sobre escritores que no pretenden agradar a nadie, sobre todo al hilo de la publicación de 'Serotonina', de Houellebecq, y de 'Mi año de descanso y relajación', de la muy talentosa Ottesa Moshfegh. Tanto autora como protagonista de esta última, son tan endiabladamente divertidas como profundamente insoportables. No es necesario separar narrador de novelista, ya que la novelista ha dicho en varias entrevistas que no le preocupa lo más mínimo caerle fatal al mundo en general. Son cosas que uno piensa, a cuatro días del 25º aniversario de la muerte de Bukowski.

A mí siempre me gustó que quedara atrás la fascinación por el escritor maldito (no tiene sentido alardear de algo que cualquiera con tiempo, un boli y dinero puede hacer: emborracharse y garabatear una servilleta), pero siempre me ha irritado aún más la idea de que el cinismo (incluso el más torpe) equivale a inteligencia y que cualquier escritor “de verdad” debe ser, en realidad, un ogro. Como si ciscarte gratuitamente en un teleoperador explotado te hiciera automáticamente finalista del Man Booker Prize. Como si el concepto de tara que te empuja a escribir no fuera mucho más versátil y en algunos casos funcione más por implosión que por explosión. Hay quien, sin embargo, confunde ser un mal escritor con ser un escritor malo. En el también reciente cómic 'Fante Bukowski', de Noah Van Sciver, se dice claro: Nabokov afirmó que cuando la naturaleza te entrega un don te ofrece un látigo, para autoflagelarte. Pero resulta, añade el editor en la contra, que a algunos, como al protagonista, solo les ha sido entregado el látigo.