análisis

La batalla de Macron también es nuestra

La Unión Europea, por muchas mejoras que necesite, no se merece caer en manos de los partidos de extrema derecha, por eso la batalla del presidente francés también es la nuestra

El presidente francés, Emmanuel Macron, el pasado octubre, en Bruselas.

El presidente francés, Emmanuel Macron, el pasado octubre, en Bruselas. / periodico

Carlos Carnicero Urabayen

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¿Qué se le ha perdido a un presidente francés que se dedica a interpelar por carta a los ciudadanos de todo el continente europeo? Sería tentador suponer que bastante tiene Macron con la batalla campal de los 'chalecos amarillos' por las calles de Francia. Su popularidad ha caído desde que llegó al Elíseo. En realidad, su éxito en casa depende precisamente de su capacidad para impulsar lo que grandiosamente – y acertadamente, dados estos tiempos – llama el “renacimiento europeo”.

Aunque no lo expresen como Macron y ni siquiera gasten sus energías para imaginar otra Europa, los líderes del continente viven apesadumbrados en la impotencia. Por mucho que algunos de sus países hayan sido imperio, todos son pequeños por sí solos para afrontar los grandes retos de nuestro tiempo (cambio climático, inteligencia artificial, migraciones, terrorismo transnacional…) y sólo unidos pueden hablar de tú a tú con TrumpPutinXi Jinping y compañía.

Cuando más claras son las ventajas de la Unión Europea, más vulnerable se presenta el proyecto europeo. Reino Unido tiene un pie fuera, desafiando la lógica de la integración de las últimas décadas: habrá cola para entrar, pero nunca para salir. La extrema derecha gobierna en países como Italia, Polonia, Hungría o Austria, removiendo las peores memorias frente a las que la Unión prometió ser la vacuna definitiva. No, no es alarmista ni exagerado: el actual momento europeo es peligroso.

Ola identitaria

El nacionalismo, con sus variantes populistas a lo largo y ancho del continente, ha sabido leer la ola identitaria que vive la política occidental desde la última década. Los efectos de la crisis económica se han mezclado con el miedo de muchos ciudadanos a no ser reconocidos ni respetados. La solución nacionalista es atractiva porque conecta con unas tradiciones perfectamente reconocibles en tiempos de incertidumbre y cambios. Cuando sopla el viento en contra, cada cual se agarra a lo que mejor conoce.

El plan del 'brexit' no llegará a buen puerto y los sueños que venden los nacional-populistas no tienen siquiera botes salvavidas, pero la contemplación frente al ridículo populista no servirá para enderezar el rumbo europeo. Sí, la UE debe ser eficaz y mejorar sus políticas, pero las ventajas de ser europeo deben ser explicadas con algo más que 'power points' y buenos argumentos. Urge pellizcar por el lado de las emociones. Como dice Bono, líder de U2, Europa es una idea que debe ser también un sentimiento.

La iniciativa de Macron no puede ser más oportuna. El 26 de mayo se celebrarán elecciones al Parlamento Europeo. Le PenOrbán – quién sabe si también Farage, si los británicos se lo piensan dos veces antes de saltar – y los recién llegados Abascal y Vox, entre otros muchos, podrían ocupar hasta un tercio de la cámara. La Unión Europea, por muchas mejoras que necesite, no se merece caer en manos de estos partidos. La batalla de Macron también es nuestra.