Al contrataque
¡Viva el vino!
La primera prueba de que no eres machista es tu entorno, tu familia, tus amigos, el lugar de trabajo; la segunda, mirarte al espejo y que lo que veas no te dé asco. O al menos no mucho
Carles Francino
Periodista
-"El vino es como las mujeres"
- ???????
-"Envejecen bien"
-"¿Todas?"
-"Todas".
-"Hombre, todas… algunas no lo hacen"
-"Que sí, que sí, ¡todas! Nosotros somos otra cosa, pero las mujeres…"
Esta escena la vivimos hace apenas unas semanas, entre la hilaridad y el estupor, mi esposa y el que suscribe en un restaurante de alto postín. No contento con lo que a todas luces pretendía ser un ingenioso halago, el intrépido 'piropeador' ignoró mi media sonrisa de compromiso y los morros de mi pareja para venirse arriba con un nuevo símil entre las bondades de un Priorat de bandera y tener una novia de 25 años; ante lo cual solo cabían dos salidas: enviarle a tomar viento y pasar de la cena, o aprovecharlo como tema de conversación. Cobarde por naturaleza -y devoto de los vinos del Priorat- aposté por la segunda vía. Así que levantamos acta de cómo a pesar del <strong>#Metoo</strong>, del <strong>#Cuéntalo</strong>, del glorioso<strong> </strong><strong>8-M del año pasado</strong>, de conquistas de todo tipo… nos queda una eternidad de picar piedra para sacudirnos esa caspa tóxica que es el machismo. Y a la que, por cierto, no creo que se combata mejor con consignas agresivas o con la tabarra del lenguaje inclusivo cada dos frases.
Igual soy un simple de manual, pero para mí el feminismo es algo muy sencillo: funciona como sinónimo de ser buena persona; o sea alguien que no insulta, no discrimina, no humilla, no menosprecia, no agrede, no mira para otro lado cuando hay lío y no confunde ser cortés con ser rancio; alguien que respeta la dignidad del otro -de la otra-, y que es leal tanto en la alabanza como en la crítica. Ser feminista es lo contrario de andar por la vida imponiendo tu verdad y tu condición de macho contra viento y marea.
Todos nacimos con ese perverso privilegio, pero muchos hemos trabajado por intentar despojarnos de él. A medida que se acerca otro 8-M -necesario, imprescindible-, se han multiplicado los reportajes, estudios y entrevistas que pregonan la búsqueda de una nueva masculinidad. He leído cosas muy interesantes sobre la perplejidad de muchos hombres, de los esfuerzos de muchos otros por adaptarse y de la reacción cada vez mejor organizada de los más recalcitrantes. Esto último me parece especialmente peligroso porque hoy lo 'cool' en determinados ambientes es presentarse como machista sin cortarse ni un pelo. "¡Estoy hasta los huevos de que manden ellas! ¿Qué más quieren?"
Pero vuelvo a mis esquemas básicos para proponer una doble prueba que no falla nunca: la del espejo y la de la baldosa. La baldosa es tu ecosistema vital; la empresa donde trabajas -si no estás en el paro-, tu amigo del alma, tus colegas del fútbol, el bar donde desayunas, tu familia, tus vecinos… Esa baldosa hay que esforzarse para tenerla limpia. No aceptar que a una compañera de trabajo la humillen; no reír las gracias soeces del que se pone imbécil con cuatro copas; o con tres. Cantarle las cuarenta a un familiar o a un amigo si se porta como un tirano con su pareja. Y <strong>educar a tus hijos</strong> en todo eso. Sé que no resulta fácil, pero es la única forma de pasar la segunda prueba: mirarte al espejo y que lo que veas no te dé asco. O al menos no mucho.
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