Las medidas del Gobierno
Los necesarios experimentos de Pedro Sánchez
Pese a la bonanza de los datos macroeconómicos, una buena parte de la sociedad ve el futuro con pesimismo y desconfía de las clases dirigentes
Jordi Alberich
Economista
Jordi Alberich
Hace pocas horas, el Consejo de Ministros ha aprobado <strong>diversas medidas en el ámbito social y económico. </strong>De inmediato, se ha iniciado una avalancha de valoraciones en uno y otro sentido. Desde quienes no ven más que un reprobable electoralismo que, además, se lleva por delante la herencia y seriedad del anterior Gobierno popular, a quienes dan la bienvenida a una nueva orientación de las políticas públicas. Una crispación que irá en aumento a medida que nos acerquemos a 28-A.
Pero, precisamente por estar ante unas elecciones muy trascendentales, conviene alejarse del enconamiento político y analizar racionalmente la acción de los socialistas. Y podemos hacerlo desde dos perspectivas. Una, centrándonos en examinar de manera singularizada cada una de las iniciativas del Gobierno. Otra, acercándonos a esa amalgama de propuestas en su conjunto. Hagámoslo desde esta última, preguntándonos el sentido de ese activismo en el contexto de nuestros días.
Aunque estamos dejando atrás la crisis, sus consecuencias permanecen entre nosotros. Así, pese a la bonanza de los datos macroeconómicos, una buena parte de la sociedad ve el futuro con pesimismo y desconfía de las clases dirigentes. Un malestar que alimenta la emergencia de populismos de toda estirpe y, con ellos, el despiece de lo que venían siendo los equilibrios políticos tradicionales. De no reconducir la deriva, nuestra sociedad se va abocando hacia la fractura como norma.
El símil sería el de aquella persona cuya salud va deteriorándose, pero con un grave problema añadido: que el propio equipo médico considera que la dolencia no es tan grave y que, aunque lo fuera, el enfermo acabará por entender que el dolor es su estado natural. En el caso que nos ocupa, dicha prescripción viene de los defensores de la ortodoxia dominante, que apuestan por la reducción de impuestos, la disminución del papel del Estado y, esencialmente, el ir situando al individuo como único responsable de su propio destino.
También hay aquellos que consideran gravísimo el estado del paciente y, aun con el riesgo de ir más allá de los protocolos de actuación, son partidarios de pruebas piloto, con los riesgos que pueda conllevar la experimentación, antes de permanecer impasibles viendo como el enfermo va debilitándose. En el caso que nos ocupa, algunas pruebas serían el incremento del salario mínimo, el desarrollo de la ley hipotecaria, la tasa Google, <strong>o la modificación de la ley de arrendamientos que se ha anunciado este mediodía.</strong>
Electoralismo o no, me quedo con quienes experimentan, sea con mayor o menor destreza. La enfermedad es muy grave. Reconocerla, es mucho. Dar esperanza al paciente, fundamental. Y, además, si las medidas anunciadas no funcionan, no acarrearán un empeoramiento relevante.
No hay razón alguna para invocar una globalización o revolución tecnológica que subyugue la capacidad de la política para conducirla. Decía Chesterton que el alma no puede adecuarse al progreso, que es este que debe adecuarse al alma.
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