Tensiones preelectorales

El partido heredero del PDECat

Puigdemont quiere ganar esta vez totalmente al partido del que aún es formalmente militante y devorarlo del todo. Pero alguien recogerá su legado

Leonard Beard

Leonard Beard / LEONARD BEARD

Josep Martí Blanch

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El gran problema del soberanismo no es ni la falta de liderazgo ni la falta de estrategia. Ambas cosas existen. El liderazgo partidista lo ostentan Carles Puigdemont desde Waterloo y Oriol Junqueras desde la cárcel. La estrategia también existe. Se trata de disimular hasta la extenuación los errores del 2017 (y los anteriores, alguno protagonizado también por quien esto escribe) para escapar de la necesaria rendición de cuentas que todo proyecto político debe a sus votantes y que para el soberanismo ha quedado aplazado, en buena medida comprensiblemente, 'sine die'.

La pregunta es si estos son los liderazgos y esta es la estrategia que le conviene a la Catalunya soberanista vistos los resultados. Pero cuestionar a Carles Puigdemont y a Oriol Junqueras es imposible. ¿Quién puede ser tan malvado, desde el propio soberanismo, como para poner en duda la valía y acierto de quien está en prisión o en el exilio? Se entiende, humanamente, la tibieza, disimulo o camuflaje de los críticos y que nadie quiera renunciar al valor electoral en forma de votos que siempre tiene el chantaje emocional. Es más fácil convencer con el estómago que con el cerebro.

Nada que decir de los que comparten (y son muchísimos) las decisiones que se tomaron y se siguen tomando, la última precipitar elecciones generales. Este bloque, sean cuadros de partido, gobernantes o ciudadanos, es coherente. Piensan que se hace y dice lo correcto. Viven confortablemente instalados en los discursos de quien sigue ostentando el bastón de mando del soberanismo.

El problema es para los críticos y los que llegaron o van llegando a la convicción de que están redactando la crónica de un desastre anunciado y observan, impotentes, como la propuesta sigue insistiendo en el error disfrazado de jugada maestra. Están atenazados y viven permanentemente entre la espada de una lealtad que no quieren romper abiertamente y la pared de unas convicciones que ya no resisten más contradicciones (añadan también el cálculo personal para gestionar sus carreras políticas). Si hablamos de votantes, son los que no tienen otra alternativa que la de revalidar de un modo acrítico su confianza o quedarse en casa para cocinar y comerse su voto con patatas.

El entorno del PDECat y JxCat es donde todo esto resulta más evidente por la negativa de Carles Puigdemont a redefinir su estrategia abiertamente (cosa que sí ha hecho Junqueras), fallida políticamente pero rentable emocionalmente. En cenas, cafés y desayunos estos críticos se lamentan en bucle mientras siguen abonados a la inacción. Se habla de ciudadanos huérfanos de voto, de estrategias equivocadas, de volver a situar la política en el centro del tablero sin renunciar a nada y de afianzar una oferta electoral que permita al soberanismo proyectarse en el largo plazo escapando del bucle en el que vive sometido. Son reuniones inanes e inoperantes. Cuesta galvanizar energías con tanto cálculo personal de por medio.

El conflicto de las listas

<strong>Es en esta heterogénea familia policía que se está librando una batalla durísima a raíz de la confección de listas para las elecciones generales</strong> y, en menor medida, las europeas. No es solo por los nombres. Es una batalla por el proyecto político que hay que ofrecer al votante.

Puigdemont quiere ganar esta vez totalmente al partido del que aún es, formalmente, militante. Llega el momento en el que hay que dejar al PDECAT sin oxígeno, devorarlo del todo. Es una sustitución de personas y también de proyecto político lo que se ha proyectado. Legítimo, claro. Pero es lo que es y puede que lo consiga.

Falta ver cómo se defiende el PDECat. Sus primarias son solo un acto interno y pueden no tener ningún valor, en tanto que desde Waterloo se ha dejado claro que la lista o se hace a gusto de Carles Puigdemont o no habrá acuerdo. Puede acabar de cualquier manera. Pero lo que seguro que no va a pasar es que desaparezcan todas las personas que se sienten confortables en un espacio político que recoja lo sustancial -lo vergonzoso, que lo hubo, no hace falta- del legado de lo que en su día fue CDC y ahora, con más pena que gloria, intenta representar el PDECat.

Y como el mercado del voto también acaba funcionando, es solo cuestión de tiempo que el PDECat pueda heredarse a sí mismo si se atreve a reivindicarse o que otro partido venga a sustituirle reivindicándose como legítimo heredero. Será pequeño o grande en función de la habilidad de quien lo pilote y llegará cuando el mercado del voto ya no soporte la costura del vestido en el que se ha instalado el soberanismo. Cuando rompa la estrechez de miras en la que vive secuestrado al servicio de las agendas personales.