Al contrataque

Ahora, más política que justicia

En el juicio hay más monólogos de quienes intentan justificar ideológicamente lo que hicieron -tanto por parte de acusados como de testigos- que una presentación diáfana de pruebas a favor y en contra de las acusaciones

El expresidente del Gobierno, Mariano Rajoy, comparece como testigo en el juicio del procés

El expresidente del Gobierno, Mariano Rajoy, comparece como testigo en el juicio del procés / periodico

Antonio Franco

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Estamos ante una paradoja. Cuando se debía haber hecho política se desperdició el tiempo , unos desobedeciendo leyes y otros limitándose a judicializarlo todo. Ahora, que toca determinar técnicamente ante un tribunal  lo que hubo asistimos en cambio al espectáculo de ver mucha política. En el juicio hay más monólogos de quienes intentan justificar ideológicamente lo que hicieron -tanto por parte de acusados como de testigos- que una presentación diáfana de pruebas a favor y en contra de las acusaciones. Hay momentos en que las sesiones son una especie de tertulia opinativa rocambolesca: los acusados no tienen la obligación de decir la verdad pero los testigos sí.

Hasta ahora no se ha desmadejado el caos semántico y nos embarullan la cabeza las diferencias entre lo que todos entendemos que quieren decir determinadas palabras y lo que ellas mismas significan en el lenguaje jurídico. La más importante es 'violencia', pero también están 'conspiración', 'coacción' y  la diferencia entre 'acoso' y 'acoso violento' a policías, guardias civiles y funcionarios judiciales. Y de eso depende nada menos que el desenlace de la vista. A estas alturas del juicio la clave continúa siendo si hubo o no violencia y si se puede aplicar a lo que sucedió la versión técnica de la palabra 'rebelión', cosa que a muchos no nos parece razonable. Yo considero esencial el alcance (y consecuencias jurídicas) de la palabra 'intimidación' cuando es muy masiva. Todo eso está aún muy abierto. En cambio empiezan a estar más claras las cosas respecto a otras dos cuestiones, la desobediencia y la malversación, aunque a los profanos nos cueste mucho aclarar su posible pena.

Vuelvo a tres consideraciones políticas de lo que va aflorando.  Una, que por primera vez  Rajoy ha expresado algo que puede considerarse como pesar por los daños de los excesos abusivos de la intervención policial del 1-O. Tarde (pues ya no preside el Gobierno) ha dicho lo que muchos ciudadanos no perdonamos que no expresase en su momento de un modo u otro Felipe de Borbón. La segunda consideración es sobre los altos cargos independentistas que ahora reconocen ante el juez lo que todavía no han tenido cuajo para atreverse a decírselo con la misma frontalidad y solemnidad ni a sus seguidores ni a los demás: la declaración de independencia o no valía para nada o duró únicamente unos segundos, como viene a decir Puigdemont. La tercera consideración es sobre una práctica negra y antidemocrática que se va reconociendo de forma aún deshilachada: las grandes decisiones sobre el país se adoptaban en reuniones en las que participaban junto a cargos electos algunas personas que no tenían nada que ver con las urnas y elegidas a dedo por ellos. Esa especie de prolegómeno de la república para la que dicen trabajar les descalifica para que sean ellos quienes la presenten como democrática a los demás ciudadanos.