¿Para qué sirven los niños?

Sobre la segunda temporada de 'Mira lo que has hecho', la magnífica serie sobre la paternidad de Berto Romero

Serie televisiva 'Mira lo que has hecho'

Serie televisiva 'Mira lo que has hecho' / periodico

Miqui Otero

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Hay una pregunta que atraviesa épocas y continentes. Siempre que haya un bebé presente, ya sea en una cueva de Canáan durante el Neolítico, durante una final de Champions, en un búnker de Dresde durante los últimos estertores de la segunda guerra mundial, alguien preguntará: ¿cómo están esas cacas? (y, además, en ocasiones dirán 'cacotas').

El bebé, con su opiácea fuerza centrípeta, atrae toda conversación hacia sí mismo, aunque, en momentos de desesperación e insomnio, existe otra pregunta derivada. No es quién puede matar a un niño. Es, y nunca se formula en voz alta, ¿para qué sirven los niños? Santiago Alba Rico dio en uno de sus ensayos la mejor respuesta: "Los niños sirven para cuidarlos".

La cosa es, entonces, quién cuida a quien los cuida, y quién vigila a quien los vigila, porque el tiempo sigue siendo el mismo y tú también: la llegada de un bebé es esa piedra que cae en un punto pero alborota todo el estanque (y las ondas concéntricas alcanzan a amigos, padres, declaraciones de IRPF y, sobre todo, a la pareja).

La tele convertida en espejo

Pensaba todo esto mientras veía ayer la segunda temporada de 'Mira lo que has hecho', la magnífica serie sobre la paternidad de Berto Romero. Ver esa serie teniendo un niño de (casi) la edad de Lucas, su hijo en la ficción, es como convertir el plasma de la tele en espejo. Es como ponerse una peli bélica en la trinchera o una de romanos en una fiesta de la toga en Roma. Es graciosamente contradictorio poder sacar el tiempo suficiente, entre pañal y pañal, para ver capítulos donde a la pareja se le agota el tiempo y la paciencia y no descuidan tanto la visita al pediatra como olvidan lo que fueron juntos. Cuánto reían comiendo helados y eligiendo el nombre viendo a Chiquito; cómo se metían mano en el cuarto de los trastos de un hospital, qué bien sonaban esos brindis.

Mi sintonía con la serie en cuestión es, por momentos, tremenda. No es ya que comparta con el protagonista esas enormes gafas de pasta o esa nariz sefardí. No es, ni siquiera, que en un momento dado diga que su familia vivía en la calle Sepúlveda. O que antes del primer parto, por azares del destino, Berto vaya al hospital con un bigotito de Hitler: yo fui al parto con una camiseta con un autorretrato de Kurt Vonnegut, un escritor con un bigotito vagamente hitleriano, y a la quinta hora de espera y contracciones, empecé a macerar la paranoia de que las comadronas me miraban mal porque pensaban que llevaba una camiseta del 'führer'.

Fui al parto de mi hijo con una camiseta con un autorretrato de Kurt Vonnegut, un escritor con un bigotito levemente hitleriano

La mayor coincidencia es otra y ya ha quedado clara con este párrafo en el que analizaba la serie desde mi vivencia: el ego. Tener un hijo es lanzar una pastilla efervescente a un vaso de agua, donde la pastilla es tu ego. Este se diluye con la paternidad y si te dedicas a escribir historias (o a interpretarlas) tu pastilla suele tener el tamaño de un puto frisbie. Quizás te creías especial, y habías prometido que jamás bajarías a por el pan en chándal, que no mandarías fotos de tu retoño, que no pagarías Spotify Premium o que no escribirías columnas sobre la paternidad, con el asco que te daban los padres primerizos que no paraban de hacer eso. Bien, si piensas como pensaba yo antes, no sigas leyendo este texto aunque si vienes a casa me encontrarás en chándal escuchando canciones sin anuncios (no me des tu teléfono o te mandaré más fotos que el Fraggle viajero).

La ficción es más fotogénica

En el juego metaficcional nada artificioso y perfectamente afinado de la  segunda temporada de 'Mira lo que has hecho', Berto está grabando una serie sobre su paternidad mientras en casa la vive. Y, claro, la ficción siempre es más fotogénica que la realidad. Y comienza por plantearse si la familia que lo cuida bien no es la del rodaje más que la de casa. Si no es más real el plató que la vida. Como es Berto, en las funciones escolares y reuniones de la guardería, esperan que sea gracioso, pero ya dijo Doctorow que reconocerás a un escritor porque se bloqueará cuando tenga que redactar un justificante de la escuela para su hijo.

Es 'Mira lo que has hecho', coescrita por Berto y Enric Pardo con una mirada tierna y herida y divertidísima sobre el mundo, la misma que querrías legarle a tu hijo, una serie perfecta en sus dimensiones. Es audaz para mostrar los ecos de las diferencias de clase mostrando los comedores ochenteros de Berto y su mujer. Lo es, también, para explicar que cuando eres padre no dejas de ser hijo: te duele cómo los tuyos envejecen y cuando te hablan después de muertos (todos caminamos y tomamos el café entre fantasmas). Lo es en el juego que muestra cómo cuesta (aunque cueste más currar en una mina) conciliar vivir permanentemente pensando en historias de ficción cuando afrontas la realidad. Y también brilla, entre el hallazgo costumbrista y el destello fabuloso, en el retrato de todos esos satélites (amistades, profesores, familiares) que orbitan alrededor del astro rey: el hijo.

Es relativamente fácil lograr una ficción arriesgada que apele a una minoría, al tipo que ve una serie a solas y en su tableta en la cama. Es dificilísimo lograr que una ficción pueda, a estas alturas del juego y el nicho y el cinismo, emocionar a todos los que se sientan en el sofá común de una casa a verla: mayores, pequeños, currelas, artistas, solteros y casados. 'Mira lo que has hecho' es, en el mejor de los sentidos, en el más bello e inclusivo, una serie para toda la familia. Conectada con la textura de la vida, porque con ella se ha tejido, podrías verla durante décadas: atacaría tu lacrimal, detonaría tu carcajada y seguiría demostrándote que somos ridículos porque estamos vivos y estamos vivos porque somos ridículos. Algo que entiendes sin mayores razonamientos la primera vez que tu niño mea en tu camiseta favorita cuando lo estás cambiando y luego sonríe.

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