Crisis política en el Reino Unido

El laborismo vuelve a los años 80

El liderazgo de Jeremy Corbyn pone en apuros al partido por el aumento de la fractura interna y la radicalización

Artículo sobre el laborismo y el 'brexit'.

Artículo sobre el laborismo y el 'brexit'. / MONRA

Rosa Massagué

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La deserción de nueve diputados y la de afiliados del Partido Laborista han obligado a Jeremy Corbyn a cambiar la dirección de su política sobre el ‘brexit’ y a dar su apoyo a un segundo referéndum. El partido ha tenido que llegar a una situación extrema de peligro, a temer una sangría difícil de taponar para que finalmente su líder abandone la ambigüedad con la que ha gestionado todo el proceso.

El histórico partido (119 años de vida de los que en 33 ha ejercido el poder) ha tenido líderes de todo tipo, buenos y malos, pero pocos tan incapaces como el actual dirigente en un momento de extrema gravedad como el presente en el que se debate el futuro constitucional del Reino Unido. En el laborismo británico (como en todos los partidos democráticos) ha habido siempre dos almas situadas a uno y otro lado de la divisoria entre izquierda y derecha. Cuando la primera se ha apoderado de la dirección, ha aparecido la crisis y la división.

Michael Foot no pudo evitar la ruptura

Ocurrió a principios de los años 80 del pasado siglo. Michael Foot, un laborista del ala izquierda del partido llegó al liderazgo como el candidato de consenso, como el hombre capaz de unir a un partido muy dividido que acababa de perder el Gobierno, incapaz de frenar un terremoto conservador llamado Margaret Thatcher. Foot, pese a su verbo afilado como un estilete y a su mucha cultura, no pudo evitar que el laborismo se rompiera ni que lo que quedaba tuviera que hacer una larga travesía del desierto que duró 14 años. Cuatro potentes exministros se habían ido en 1981 para fundar una nueva formación política situada en el centro, el Partido Socialdemócrata (SDP). El motivo, su total oposición a la política laborista que abogaba por la salida británica de la entonces Comunidad Económica Europea, y a la que exigía el desarme nuclear unilateral.

Sin el verbo ni aquel bagaje intelectual de Foot, Corbyn llegó también al liderazgo desde el ala izquierda. Lo hizo para suceder a Ed Milliband después de haber sido durante más de tres décadas un oscuro y silencioso diputado. Contrario también a la Unión Europea y partidario del desarme nuclear unilateral, su candidatura al liderazgo para el que competía con otros cuatro aspirantes fue impulsada por unos diputados convencidos de que no resultaría elegido pero que al partido convenía que se presentara para ampliar el debate. Craso error. Corbyn ha liderado un partido ahondando en la división entre el bloque de diputados y las bases más radicalizadas.

División generada por el 'brexit'

Desde el primer momento el ‘brexit’ ha demostrado ser altamente tóxico generando división por doquier. Y el laborismo no ha sido excepción. Corbyn se ha puesto de perfil. Ni lo ha defendido abiertamente ni lo ha condenado. Íntimamente está a favor del ‘brexit’, pero ha mantenido una ambigüedad que al final ha tenido que ceder en parte al apoyar ahora un “voto popular” según sus palabras. Si en el referéndum de junio del 2016 el 37% de los votantes laboristas se manifestaron a favor del ‘brexit’, hoy el 80% de los afiliados es partidario de permanecer en la UE.

Pese a la toxicidad del ‘brexit’ hay otros factores que contribuyen a aumentar la fractura interna del laborismo y a extender la rebeldía contra su líder. Son factores que Corbyn no ha sabido atajar como la condescendida frente al antisemitismo que le ha perseguido desde el primer momento. El dirigente laborista ha hecho siempre una defensa cerrada de la causa palestina, pero esta defensa le ha llevado a adoptar posturas antisemitas, posturas por otra parte compartidas.

En su izquierdismo acrítico también figura la tibieza sobre la crisis venezolana salvando a la figura de Nicolás Maduro y la ambivalencia hacia Vladimir Putin por el intento de asesinato por envenenamiento del agente doble Serguei Skripal y de su hija ocurrido en el Reino Unido. La última gota de esta profunda crisis son las amenazas a muchos diputados díscolos de no ser seleccionados como candidatos en las próximas elecciones.    

Todo esto ocurre en la casa laborista. En la conservadora la situación no es mejor y allí tienen mucho más qué perder, es decir, el Gobierno. Lo más desmoralizador para muchos laboristas es que dado el estado también lamentable del Partido Conservador, de convocarse hoy unas elecciones las seguirían ganando los ‘tories’ y lo harían no por escasos méritos propios. Lo harían gracias al rechazo que provoca el líder laborista incapaz de sacar partido del caos que reina en el partido del Gobierno y de la extrema debilidad de la primera ministra. El recuerdo de Michael Foot y del laborismo radicalizado y perdedor de los años 80 sigue vivo.