Dos miradas

Símbolo y dignidad

El 1 de octubre fue simbólico porque ejerció como baluarte de la dignidad de quien considera que ejercer la democracia, es un derecho que vive más allá de las estrecheces de una legislación específica

Jordi Cuixart, declarando en el Tribunal Supremo.

Jordi Cuixart, declarando en el Tribunal Supremo. / EFE / TRIBUNAL SUPREMO

Josep Maria Fonalleras

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Entre el simbolismo y la dignidad colectiva. Símbolo es lo que dijo Cuixart hace un año. Ahora, se refiere a la dignidad de todos los que votaron el 1 de octubre. O no solamente los que votaron, sino los que pensaron, votaran o no, que votar no era sino un ejercicio democrático para poder votar todavía más y con más garantías, sin violencia policial.

La democracia es un valor supremo, que se instala por encima de las leyes (no al margen) justamente porque no es una idea rígida (que es la que se condensa en una ley), sino que responde a variables en función del proceso histórico. La ley, por definición, implica coerción, implica dominio (el 'arkhos' griego, la oligarquía). Se deduce, de la existencia de una ley, la capacidad de imponerla. La ley, pues, el Derecho, no está por encima de la democracia, como dijo Felipe VI en su intervención 'ex cathedra', sino que, en el mejor de los casos, es su consecuencia, con la diferencia que aquí es el 'kratos' (el poder, de muchos) el que se enfrenta al dominio de unos pocos. El Estado que asegura el cumplimiento de la ley puede ser democrático o puede ser una dictadura, como se ha encargado de recordar Cuixart.

El 1 de octubre fue simbólico porque ejerció como baluarte de la dignidad de quien considera que votar, ejercer la democracia, es un derecho que vive más allá de las estrecheces de una legislación específica. Costará olvidar aquella represión. Tanto como olvidar la altura ética de aquel día.