Pequeño observatorio

Tres amigos y un café

Con Ramon Folch i Camarsa y el amigo Ortega nos encontrábamos en el altillo de un café en el que podíamos leernos en voz alta los versos y las prosas que habíamos escrito

Un cigarrillo humea junto a una taza de café en un bar.

Un cigarrillo humea junto a una taza de café en un bar.

Josep Maria Espinàs

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Ahora que ya tengo una larga vejez me he topado con un libro en el que hablaba de cuando era niño. Decía que no quería ser médico, ni bombero. Pienso que, de hecho, no quería ser nada.

Eso sí, jugaba a inventarme países, dibujaba mapas pero no quería ser geógrafo. Nunca me pasó por la cabeza ser ninguna cosa. 

Debía de tener 9 o 10 años cuando escribí mis primeros versos. Ahora siento no haberlos conservado. Recuerdo que hablaban del vuelo de las golondrinas, que a menudo pasaban cerca de mi casa. En la rigidez de las fachadas traseras de las casas del Eixample el paso de una golondrina me debía de maravillar. Y a los 15 años, o quizá menos, me encontré escribiendo. 

Conseguí escribir una novela. La prosa se me había impuesto. Aquella inesperada novela la escribí en castellano, idioma de la escuela y de la literatura que se enseñaba en aquellos tiempos -¡como debía ser!

Al cabo de unos años, cuando estudiaba el bachillerato, me reunía semanalmente con dos compañeros de clase: Ramon Folch i Camarasa, que ha muerto hace poco y que también sería escritor, y el amigo Ortega, que murió hace tiempo.

Nos encontrábamos en el altillo de un café en el que podíamos leernos en voz alta los versos y las prosas que habíamos escrito. 

Aquel café solitario se convertía para nosotros en una especie de copia casera de los círculos literarios de París. Pero no éramos pretenciosos y quizá por eso éramos felices y cordiales juzgándonos el uno al otro. Fue un aprendizaje de respeto. Cada uno tenía su respeto y tolerancia con las diferencias. Incluso ejercíamos la admiración. 

Aquellas reuniones se acabaron cuando cada uno de nosotros se sometió a un trabajo exigente.

La última vez que pasé por delante de aquel café me dio cuenta de que no hay nada que perdure. Que todos vivimos el presente sin pensar que el pasado es un momento. 

El paso del tiempo nos hace y deshace.