OPINIÓN
Hay niños asquerosos, sí. Suelen ser hijos de padres asquerosos

Javier mira su móvil mientras sus hijas juegan con dos amigos en un parque cercano a su casa, en Madrid.

Olga Pereda
Olga PeredaPeriodista
Especialista en Educación de El Periódico. A los mandos de la sección 'Mamás y Papás' y del Club de Educación y Crianza. Te mando cada viernes una newsletter con contenidos clave para afrontar la maternidad y la paternidad. Escribo en la sección de Sociedad y tengo alergia a la pseudociencia.
Olga Pereda
Hace unos días, la periodista Àngels Barceló se quejó en Twitter -con toda la razón- del viaje que le debió dar un crío en Renfe. La presentadora de 'Hora 25' dirigía su crítica al padre (o madre) por no haber tenido la educación de haber puesto unos auriculares a su peque mientras veía una serie infantil, o lo que fuera. Desconocemos si Barceló le pidió amablemente que bajara el volumen. Quizá sí lo hizo y recibió una mirada airada del progenitor. O no.
Imagino el trago de viaje que debió pasar. La voz de pito de Peppa Pig, el buenrrollismo de La Patrulla Canina y las manchas pegajosas de PJ Mask minan la paciencia de cualquier adulto. O sea, que sí, vivan los auriculares.
El tuit de Barceló, sin embargo, no dejaba de tener cierto soniquete. “Padres que viajáis en Renfe y ponéis pantallas a vuestros hijos, ponedles cascos también, por favor”. Uno no puede dejar de pensar que la frase escondía otros mensajes. Por ejemplo: Padres que viajáis en tren y, en lugar de hablar con vuestros hijos (en voz baja, claro) o entretenerlos con alguna lectura o hacerles pasar en silencio las cuatro horas de viaje, cometéis el inmenso error de idiotizarles y narcotizarles con las tabletas o los móviles…
No, de acuerdo, Barceló -que también es madre- no decía eso.
No tenemos por qué aguantar
El tuit de la periodista, en todo caso, se suma al que otro reportero publicó hace poco -creando un inmenso debate- después de que dos bebés le fastidiaran una comida en un restaurante. “Quedo a comer con unos amigos. En la mesa de al lado hay dos bebés. Tras 23.008 alaridos me da por girar la cabeza en plan “oye, vale ya”. La madre responde a la mirada: “Es un bebé”. Recordad: el resto no tenemos por qué aguantar a vuestros niños. ¿Estáis de acuerdo? ¿O no?”
Leyendo entre líneas, podemos intuir que Rodrigo G. Fáez estaba exigiendo a todos los padres de bebés que no pisen un restaurante. La gente -sin hijos, se entiende- tiene derecho a comer tranquila sin soportar alaridos de críos.
También recientemente hemos sabido que un vecino de Madrid anda poniendo carteles amenazadores en la puerta de la casa de una familia quejándose de los llantos nocturnos del bebé. Repito, un bebé.
Sorpresa: los niños molestan.
También molestan los ancianos que se cuelan en la cola del supermercado. Los fumadores que apestan las terrazas. Los que hablan a gritos por el móvil en plena calle. Los que inundan la playa de cáscaras de pipas. Los dueños de perros que se olvidan de recoger las cagadas de sus animalitos. Los que se descalzan en el tren. Los que escuchan un partido de fútbol en un autobús (sin cascos). Los patinadores que asaltan la calzada. Los jóvenes que organizan fiestas hasta el amanecer del día siguiente. Los camareros que ponen música infame en las cafeterías desde primera hora de la mañana… ¿Alguien les critica en Twitter? No. Al menos, no tanto. En las redes sociales tiene mucho más tirón meterse con los niños. Y con sus padres.
Hay niños asquerosos, sí. Suelen ser hijos de padres asquerosos. Comprobadlo yendo cada tarde al parque o -mejor- leyendo la última novela de Santiago Lorenzo. Pero también hay niños majos. Y padres majos. De hecho, son mayoría. Padres y madres preocupados porque sus hijos no molesten. Ya sea al vecino, al viandante o al compañero de mesa en un restaurante. Padres que entran en un tren y -conscientes de las horas que tienen por delante- optan por tirar de pantalla -y sí, cascos- para que sus peques estén entretenidos y no molesten al resto de viajeros. Hay padres que educan a sus hijos en el respeto. Padres que enseñan que en el cine (y en el tren) se habla bajo. Padres que recalcan que las cosas se piden por favor. Padres sensatos que saben que el mundo no gira alrededor de sus hijos.
El problema es que los niños -hasta los más civilizados y pacíficos- son niños. No son estatuas. Ni robots. No tienen botón de off. Sobre todo, los más pequeños.
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