Dos miradas

Amer, Waterloo

Estos gestos de Arrimadas y de los disputados de Ciudadanos tienen un trasfondo de extrema gravedad (la generación de odio, el deseo de gesticular en la nada), pero son también un vodevil irrisorio

Josep Maria Fonalleras

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Arrimadas y unos cuantos diputados más de Ciudadanos han ido a Waterloo, han desplegado una pancarta (con una curiosa similitud con las que reclaman la libertad de los presos políticos: la franja roja en diagonal) y, a toda prisa, han dicho que la República catalana no existe. Lo han proclamado para que Puigdemont se enterara, pero resulta que lo han hecho de espaldas a la casa donde Puigdemont vive, una casa que ha abierto la puerta como un símbolo de invitación para que Arrimadas entrara. No ha entrado, por supuesto, porque la idea no era hablar con Puigdemont sino escenificar la 'performance' de medio pelo, y ha terminado el espectáculo por piernas porque la policía belga no tenía prevista la protesta ni la concentración en medio del césped de la urbanización. Como si se tratara de una pantomima vulgar, como si fuera un grupo de aquellos muchachos excitados que se dedican a apretar los timbres de las casas y luego salen corriendo.

Hace una semana, Arrimadas y estos diputados viajeros orquestaron una ceremonia similar en Amer, siempre con Puigdemont como telón de fondo. El nivel es tan bajo, la acción es tan burda, tan de baja estofa, tan llena de mentiras (como que la Casa de la República se paga con dinero público) que genera una pena enorme, una vergüenza fenomenal. Estos gestos tienen un trasfondo de extrema gravedad (la generación de odio, el deseo de gesticular en la nada), pero son también un vodevil irrisorio.