análisis

Cuando Suárez remata como yo

Suárez se encara con Herrerín, el portero del Athletic, en San Mamés.

Suárez se encara con Herrerín, el portero del Athletic, en San Mamés. / periodico

Antonio Bigatà

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Cualquier día de estos el Barça recuperará la puntería y volverá a saber matar (no diré yo "como Dios manda", excúsenme) a sus adversarios con tiros de gracia, ráfagas secas de metralleta o disparos artísticos de francotirador. Y todos los de esta acera volveremos a sonreír. Eso en caso de que el problema sea de puntería. Si la clave es otra cosa también se solucionará esa otra cosa. Lo cierto es que ahora lo falla todo. Pero también es cierto que hace muy pocas semanas ejecutaba con soltura y amplitud sus tareas asesinas cotidianas, y la capacidad para eso es como lo de ir en bicicleta: si se sabe hacer se podrá hacer siempre, aunque haya rachas temporales que desanimen.

 Descarto de raíz que el Barça se haya vuelto pacifista de golpe y que el subconsciente le impida disparar. El problema de que Luis Suárez remate de una forma tan sospechosamente parecida a como lo hago yo tiene que ser forzosamente temporal. Que Messi lleve unos días con el punto de mira entelado forma parte de algo que suena a banalidad pero no lo es: Messi es humano, tiene días buenos y malos, a veces se cansa, en ocasiones se desajusta... El mejor, nuestro mejor, es humano, que bien. Dejemos la inhumanidad para los peores. No, no me hagan listas. Pero si me aprietan empezaré a citar por ejemplo a esos que están tan acostumbrados a que los errores arbitrales no sean en contra suyo que cuando les tocan un pelo protestan desmesuradamente y organizan pollos institucionales (¡y amenazan con irse, nos amenazan con la posibilidad de que no volvamos a verlos!). Florentino tendría que pensar en Sandro Rosell y su increíble prisión preventiva y callarse.

Análisis científico

Volviendo al fútbol, la única preocupación que debe tener el Barça en relación a su sequía es analizar de forma científica la posibilidad de que no sea una simple cuestión de falta de puntería o de exceso de angustia por ganas de golear sino que responda a límites y condicionantes objetivos del sistema de juego que utiliza. Y en una medida parecida, a errores -que a mí no me parecen gravísimos pero si evidentes- en la composición de la plantilla. Existen.

Ernesto Valverde ha tenido que subsanar sobre la marcha decisiones anteriores poco acertadas sobre quienes debían formar parte del plantel defensivo. Y asimismo se están tomando medidas para reajustar cara al futuro aquel centro del campo que funcionó a la perfección solo cuando coincidieron en el tiempo y el espacio Xavi, Iniesta y Busquets... Pero lo de la delantera actual, con un único ariete -y bastante gastado- y sin rematadores de recambio en el banquillo clama al cielo, por mucho que el equipo no haya tenido nunca, desde hace tiempo, problemas para marcar más goles de los necesarios.

Puestos a subrayar los problemas existentes no quiero dejar de lado el gran condicionante que dificulta mucho la posibilidad de resolver con facilidad y lógica las lagunas que tiene la plantilla en el ataque: la presencia de Messi. Este jugador altera todos los dibujos ofensivos posibles porque él por sí solo es muchas cosas al mismo tiempo (entre ellas un gran rematador, un pasador preciso en la zona caliente, un falso nueve versátil, un interior de ataque, un potencial ariete puro para encuentros en que la conjunción astral reclame que se coloque ahí).

Cuando Pep Guardiola tiene problemas ofensivos en el City debe tirar de banquillo y poner o quitar a Sané, el Kun, Sterling, Mahrez o Gabriel Jesús. Y si no los tiene ahí, a mano, lo pasa mal. Ernesto Valverde en cambio tiene simplemente que sacar un pequeño destornillador que lleva en el bolsillo y ajustar con Messi unos pequeños corrimientos posicionales del argentino sobre el campo para lograr el mismo tipo de revulsivo. Cuando se dispone de esa arma es muy difícil compaginarla con un buen banquillo cargado de remedios parciales, entre otras cosas porque los reservas frecuentemente cogen un moho que los oxida. No es sencillo resolver bien los problemas del Barça de Messi, y respecto al banquillo nadie olvida que Paco Alcácer sólo volvió a ser un nueve de verdad cuando se marchó. Pero aún así no tengan miedo: los goles regresarán.