Juicio del 'procés'
La violencia no cuela
En los agitados meses del 2017 hubo decisiones nefastas, pero nunca violentas. Las mentiras no se combaten con otras mentiras. Y menos desde la justicia
Carles Francino
Periodista
Carles Francino
¡Quina mandra!… el otro día se me escapó un resoplido cuando estaba en directo en Aquí, amb Josep Cuní y comentaban las palabras del president Quim Torra en su frustrada euroconferencia de BruselasQuim Torra, junto a Carles Puigdemont.
Me salió del alma. Porque me da pereza, sí, y estoy muy harto de ese discurso infantil y tramposo más propio de un personaje de dibujos animados como Calimero y su legendaria frase: «Nadie me quiere». Ni España, ni Europa… ni al menos la mitad de los catalanes. Y de la mitad que sí, me gustaría saber cómo están digiriendo la confesión pública de que todo fue una broma, o una performance, o un faroluna bromaperformanceun farol. La desfachatez de algunos de los políticos procesados –y no procesados– admitiendo que mintieron o que fueron unos inútiles de tomo y lomo en aquellos agitados meses del 2017, que la aparente solemnidad de sus aspavientos no tenía base real, eso también es digno de pasar a la historia.
Porque si el objetivo era llegar a la independencia y estamos donde estamos, habrá que admitir que como estrategas no han brillado en exceso. Pero este estriptís en sede judicial ha topado con un competidor durísimo si se trata de poner a prueba nuestra capacidad de sorpresa: el ministerio fiscal y una actuación –al menos hasta ahora– desconcertante. Datos erróneos, fechas equivocadas, balbuceos, conatos de discusiones políticas con los procesados, llamadas de atención del presidente de la sala...
¿Dónde puede radicar la clave de este sonrojante comportamiento? Para mí, la respuesta es bastante clara: las acusaciones van a tener muy, pero que muy complicado apuntalar un relato de violencia y tumultos que justifique el delito de rebelión.
Si algo positivo tiene esta fase judicial –a la que nunca deberíamos haber llegado– es que se analizan cosas concretas; que el tribunal deberá –o debería– pronunciarse sobre hechos, no sobre opiniones políticas. Y los hechos le van a poner muy cuesta arriba a las acusaciones demostrar sin asomo de duda que la violencia formaba parte de los planes o las decisiones de los líderes independentistas. Soy de los que creen que algunas –o bastantes– de esas decisiones resultaron nefastas. Pero nunca violentas. Las mentiras no se combaten con otras mentiras. Ni con exageraciones. Y menos desde la justicia.
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