Solo estar durmiendo es mejor que estar dormida

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Lucía Lijtmaer

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Trazodona, zolpidem, nembutal. Orfidal, litio, trankimazin. Seroquel, lunesta, valium. A veces, alguna galletita salada que otra, dos cafés con seis cucharadas de azúcar. Este es el régimen diario de la narradora de 'Mi año de descanso y relajación', de Ottessa Moshfegh, y esta la premisa: en el año 2000 una joven decide encerrarse en su bello apartamento neoyorquino del Upper East Side y tomarse un respiro. Para ella, eso implica una constante ingesta de pastillas para dormir, y el visionado, en duermevela, de películas de Whoopi Goldberg y Harrison Ford.

La idea es magnífica y perturbadora a la vez ¿quién no querría un paréntesis vital en algún momento de su vida? Pero ¿pasa eso necesariamente por convertirse en un vegetal al que se le insufla vida cada tres o cuatro días? La bella durmiente existencial es el nuevo Jean Floressas Des Esseintes de 'A contrapelo', esteta, cínico y perverso.

En un mundo plagado de la obligación de actividad, una mujer que se tumba y se echa a perder puede entenderse como una revuelta

Esa nueva languidez penetra bajo la piel, mucho más difusa y contemporánea: en un mundo plagado de la obligación de actividad, en el albor de un siglo que nos exigirá rellenar formularios sobre nosotros mismos día tras día en las redes sociales -¿qué piensas? ¿qué haces?-, una mujer que se tumba y se echa a perder, puede entenderse como una revuelta.

Esta hikikomori occidental es el reverso de otras muertas en vida tan propias de la ficción: las zombies, las reaparecidas y las vampiras, seres femeninos supuestamente contra natura, que desafían al sistema establecido. Esta sonámbula que nos dice que la vida no es para vivirla sino para sobrellevarla recuerda a todas aquellas diagnosticadas como histéricas a principios del siglo XX, a las mujeres sometidas a electroshocks durante décadas, a todas las que hoy van al médico con un síntoma y se les recetan calmantes sólo porque sí.

Quizás no haya mayor rebeldía que una mujer que te pone un tenebroso espejo social frente al rostro y te dice: ¿quieres que duerma? Ya verás como duermo.