Opinión | LIBERTAD CONDICIONAL

Lucía Etxebarria

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El silencio cómplice de los corderos

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Marta Obregón el que más tarde sería conocido como 'El violador del ascensor' la asaltó en un portal y la llevó a un descampado.

Fue asesinada el 21 de enero, precisamente en la festividad de Santa Inés, una joven virgen romana martirizada por preservar su castidad. Además, recibió 14 puñaladas, las mismas que Santa María Goretti, asesinada y canonizada por este mismo motivo. Muchos creen que no se trata de coincidencias. Por eso ahora se inicia su proceso de canonización. Por resistirse a una violación.

José Ángel Arregui Eraña, un religioso español, grabó con cámara oculta a 15 menores de 12 a 14 años. Tocamientos, masturbación a los menores, agresiones físicas y penetración con objetos.

400 horas de vídeos.

Solo cumplió dos años de prisión.

Solo dos años.

La policía descubrió al pederasta cuando intentaba vender estas imágenes a una red de pornografía infantil. Cuando fueron a localizar a las víctimas, ya adultas, uno de los grabados negaba que él hubiera sido víctima de abusos. «Debe ser una equivocación», decía. Hasta que no se vio a sí mismo grabado, no lo recordó todo. Su mente lo había borrado. Un mecanismo de supervivencia muy común entre las víctimas.

Yo también olvidé mi violación. No recuerdo su cara y no podría contar con detalles cómo fue. Recuerdo, eso sí, que me quedé quieta cuando me puso una navaja en la garganta. Porque entonces tenía una hija de cuatro años. Si ese hombre me mataba, mi hija se quedaría huérfana. Marta no pensó eso. No pensó en que sus padres y hermanos no volverían a verla más. Me pregunto si sus amigos y familiares no hubieran preferido una Marta viva a una Marta santa.

A mí personalmente, que la Iglesia católica me quiera vender la moto de que en una violación lo mejor es resistirse me parece una irresponsabilidad tremenda. Y encuentro incongruente que esa misma gente luego me venga a contar que quiere que tengamos hijos para ayudar al país. Nos quieren muertas, y vírgenes. Entonces ¿cómo nos quieren madres?

En muchos casos
de personas, 
educadas en la
creencia católica, 
como yo, la fe
permanece, pero
la desconfianza
en la Iglesia
es enorme

En el documental de Netflix 'Examen de conciencia' se cuentan varios casos de instituciones en los que se han conocido abusos masivos a menores. Los maristas (43 denuncias policiales contra 12 curas. Ningún cura en la cárcel); el seminario de la Bañeza (decenas de denuncias, pero una sola condena, por abuso a dos menores); Viator (institución acusada de abusos no solo en España, sino también en Chile y Colombia); Los legionarios de Cristo (los abusos a menores de Maciel, su fundador, han sido reconocidos por el propio Vaticano)…

Y en todos se repite la misma historia. Los niños se quejaban. Lo decían. Algunos hablaban con sus padres. Algunos padres hablaban con la institución. La institución lo negaba siempre. Y luego recolocaba al abusador, de quien conocía bien su condición, en otros centros donde el abusador encontraba otra cantera de niños a los que abusar.

La Conferencia Episcopal admitió en noviembre pasado que la Iglesia católica ha guardado durante años un «silencio cómplice» que enmarcó en un contexto de «inacción de toda la sociedad española» frente a este delito. Pero la cúpula eclesiástica se niega a facilitar datos de los procesos que ha conocido o instruido. Solo tres de entre 70 diócesis obligan al obispo en sus protocolos a informar a Fiscalía.

Miguel Hurtado (foto que encabeza el artículo) explica en el documental: «Era muy creyente, incluso pensé en entrar al sacerdocio. Mi mundo se desmoronó, mi sistema de creencias colapsó y me quedé sin referentes». Su violador trabajaba en la abadía de Monserrat que, por supuesto, ocultó el tema.

Muchos y muchas que fuimos educados en la fe católica nos sentimos ahora así. En muchos casos, la fe permanece. Pero la desconfianza en la institución es enorme. Y también nos damos cuenta de que la actitud de la Iglesia católica con respecto al sexo es insana. ¿En qué cabeza cabe que una mujer prefiera morir a perder su castidad? 

El abuso sexual es sobre todo un abuso de poder. El celibato no es la causa, pero una vida célibe insana puede ser un factor de riesgo. Por otro lado, algunos homosexuales entraban al seminario debido, paradójicamente, a la homofobia de la Iglesia: creían que podían convivir mejor en una vida célibe, pensando que con la ordenación sacerdotal la sexualidad desaparecía. Y no es así. 

Los instintos no se pueden reprimir.

Y la represión se convierte en el caldo de cultivo para los crímenes más atroces. Después, el silencio es el cómplice. La última paletada de tierra en la tumba de la verdad.