Contrapunto

Cáncer, eutanasia y sanidad pública

El debate sobre un exceso de tratamiento o el aplazamiento de una muerte inevitable tiene también su apartado económico porque los recursos son limitados

quirófano

quirófano / DANNY CAMINAL

Salvador Sabrià

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Hace unas semanas falleció un familiar mío a causa de la rápida evolución de un tumor cerebral. La persona era ya mayor, 86 años, y hacía más de tres que padecía un cáncer del sistema linfático. Por su edad y por el tipo de enfermedad, los médicos le explicaron en su momento que antes se moriría de otra cosa que de esta dolencia. Y tuvieron razón. En todo caso, ella siempre se pronunció en contra de someterse a un tratamiento agresivo. Cuando le detectaron el tumor cerebral ya no tuvo tiempo de reaccionar, ni ella, ni sus familiares. Todos se ahorraron el dilema de tener que optar o no por una intervención agresiva, que en el mejor de los casos le habría aplazado el momento de la muerte, y en el peor habría alargado su sufrimiento y el de sus parientes.

Es un caso práctico del debate que cada vez se hace más intenso y que incluye también los límites del gasto sanitario, la elección de prioridades entre necesidades asistenciales que van en aumento con el envejecimiento de la población. A finales del año pasado, la editorial Salamandra publicó el libro Confesiones, del neurocirujano inglés Henry Marsh. El médico, que ha realizado durante su larga carrera miles de operaciones cerebrales, hace una defensa de los sistemas sanitarios públicos y se cuestiona si los avances médicos no han acabado provocando que ahora se vivan más años pero a costa de aumentar también sufrimientos que considera innecesarios.

"Unos pacientes quedarán más discapacitados que antes de la cirugía, y otros, que habrían muerto de no haberse operado, sobrevivirán pero terriblemente discapacitados. A veces, en mis momentos de mayor desánimo, dudo si estamos reduciendo la suma total del sufrimiento humano o la estamos aumentando", escribe el neurocirujano. Es la opinión de una persona que ha dedicado su vida a salvar precisamente vidas, y que lo ha hecho tanto en la sanidad pública como en hospitales privados, en países desarrollados pero también en zonas marcadas por la miseria, como Nepal.

El médico advierte de que el dinero y la medicina siempre han ido de la mano y concluye que la sanidad pública, pese a su burocracia y lentitud, entre otros defectos, acaba siendo mejor que "el exceso de tratamiento y la falta de honradez que tan a menudo entraña la competitiva sanidad privada". En este sentido, en otro punto del libro, Marsh advierte contra lo que llama "el elevado precio de la esperanza" , que suele ser muy poco realista y que acaba "ocasionando gastos insostenibles a la sociedad". Teniendo en cuenta estos argumentos, no es de extrañar que el médico se pronuncie abiertamente a favor de la eutanasia, de "una buena muerte" que evite un sufrimiento sin sentido.

Sin duda, son opiniones a tener en cuenta ante un problema no solo ético y que nos afecta a todos porque, como recalca el neurocirujano, cerca del 75% de los gastos médicos de una persona en los países desarrollados corresponden a los últimos seis meses de su vida. Si son para mejorarla, nadie los cuestionará. Si solo alargan el sufrimiento, quizá no solo son innecesarios.