Abusos a niños
La 'omertà' de los curas
La Conferencia Episcopal debe abrir los ventanales y hacer públicos sus informes, no porque la Iglesia sea un nido de pederastas, sino por lo que la institución representa
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Olga Merino
He escuchado al menos una docena de veces la canción 'Corvus', de Els Pets, desde que su compositor, Joan Reig, el batería del grupo, confesó a este diario hace una semana los hechos autobiográficos que la inspiraron, en una magnífica entrevista de Guillem Sànchez. Un sacerdote, el párroco de Constantí, abusó de él en la infancia. El músico reunió el coraje para escribirla cuando, hace un par de años, vio la esquela del cura en las necrológicas: Pere Llagostera, requiescat in pace. La letra, de un lirismo estremecedor, habla de un viejo refugio de montaña, de un verano roto, de un olor de pan de misa y vino dulce. “On era el teu Déu quan la meva pell tocaves?”. Un cuervo negro.
El batería de Els Pets es más o menos de mi quinta. Puedo, por tanto, imaginarme el terror de regresar de una excursión en los años 70 y contar en casa que el mossèn le había tocado los genitales. ¿Y los chicos que subieron a la abadía de Montserrat con el monje Andreu Soler? Puede que a alguno le hubieran cruzado la cara de un bofetón por inventar cosas sucias. En realidad, aunque el Gobierno aspira oportunamente a ampliar el plazo en 12 años, los delitos de abuso sexual contra menores y su encubrimiento no deberían prescribir jamás por su sordidez, por el trauma que infligen. La víctima solo puede verbalizar el horror cuando este ha sedimentado, cuando el transcurso del tiempo enseña que la vida iba demasiado en serio.
Las declaraciones del arzobispo de Tarragona, Jaume Pujol, despachando los abusos en su diócesis como “un mal momento”, parecen el espejo de la que ha sido la actuación de la Iglesia española hasta la fecha: mirar hacia otro lado, la 'omertà', echar paladas de cal sobre el olvido, un silencio espeso de cirio y sacristía. La Conferencia Episcopal debe abrir los ventanales cuanto antes y hacer públicos sus informes, no porque la Iglesia sea un nido de pederastas, sino por lo que la institución representa. ¿No pregona acaso ser el refugio de los inocentes? Dejad que los niños se acerquen a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos.
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