Análisis

Taxi y VTC: ¿Qué es el progreso?

Taxis en huelga en la Gran Vía de Barcelona

Taxis en huelga en la Gran Vía de Barcelona / Elisenda Pons

Jordi Alberich

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Hace pocos días, en un debate acerca de la polémica entre taxi y VTC, se acusaba al Ayuntamiento de Barcelona de haberse opuesto al progreso. Entendiendo la utilidad del servicio VTC y lo insostenible de la salida que se da al conflicto, creo que el problema es mucho más complejo y, lejos de haberse cerrado, nos aguardan nuevos episodios. La cuestión es si nos limitamos a esperarlos, o nos adelantamos en su resolución.

Convendría empezar poniéndonos de acuerdo en qué es progreso. Defensores del VTC en su forma actual, lo ven en dos aportaciones del servicio: la comodidad de contratarlo por internet, y la bajada de tarifas que conlleva. En su ánimo favorable también cuentan cuestiones como el coche oscuro, el atuendo y la actitud servicial del conductor.

Este análisis, bastante generalizado, resulta preocupante pues se fundamenta en una doble apreciación errónea, la de confundir revolución tecnológica con progreso, y la de considerar que la reducción de costes es el fin último de una economía abierta.

Para que la tecnología se convierta en progreso es indispensable el liderazgo de los poderes públicos. Sólo su autoridad puede posibilitar que los efectos positivos de la innovación alcancen a todos. Mientras no sea así, unos se enriquecerán, los poseedores de la nueva tecnología; otros se beneficiarán, los usuarios de los VTC; y a otros se les oscurecerá el futuro, los taxistas. Y, lo más preocupante, se contribuirá al deterioro de esas clases medias propias de profesiones como la de taxista.

Y es que el menor coste no puede ser el objetivo sobre el que se defina el futuro del sector. Una sociedad decente es aquella en la que cualquier trabajador puede aspirar a una mínima consideración laboral. Para ello se requiere regulación y, aún más, en un mercado imperfecto como que el que nos ocupa. Así, una de las partes, las grandes compañías, tienen enfrente a una persona, el conductor, sin fuerza alguna para negociar. De ahí que se vean obligados a aceptar unas exiguas condiciones.

Hasta que la revolución tecnológica beneficie a todos, viviremos recurrentes episodios de conflictividad. En el reciente caso de Barcelona, la huelga del taxi ha acarreado la expulsión de facto de los vehículos VTC. No es la solución. Pero podría ser una oportunidad para todos.

Dado que las grandes ciudades son el espacio donde emergen los conflictos y contradicciones de nuestros tiempos, a ellas también les corresponde encontrar el cómo conducirlos hacia una solución, aceptable para las partes y conforme al interés general. Barcelona podría ser de las primeras ciudades en abrir un debate en profundidad sobre la disputa entre taxi y VTC. En su momento, la moratoria hotelera fue una excelente oportunidad, desaprovechada, para discutir sobre la ciudad y el turismo. No debería suceder lo mismo con ésta, en el fondo, nueva moratoria.

El taxi debe ser mejor regulado, y los VTC han de encontrar su espacio. Pero en condiciones dignas para todos. Para que el progreso sea cierto.

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