MIRADOR

El 18 brumario de Pablo Casado

La derecha (y una parte de la izquierda anquilosada o temerosa de perder virreinatos) no se opone al relator. Lo que rechaza en realidad es el diálogo en sí. Saca demasiados réditos del conflicto catalán como para acabar con él

Pablo Casado durante la convención nacional del PP, en enero del presente año.

Pablo Casado durante la convención nacional del PP, en enero del presente año. / periodico

LUIS MAURI

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Está claro que la historia se repite, como estableció Hegel. Para desventura o desesperación de la humanidad, la historia no cesa de repetirse. No parece tan clara, sin embargo, la enmienda que Marx formula a Hegel en El 18 brumario de Luis Bonaparte en el sentido de que la historia ocurre la primera vez como tragedia mientras que la segunda se desarrolla como farsa. Ojalá las segundas veces solo fueran farsa y no amenazaran también con la tragedia.

Estaba anunciado tras consumarse el vuelco político en Andalucía. La triple derecha lo apuesta todo a la exacerbación del conflicto catalán para intentar derribar el Gobierno socialdemócrata de Sánchez. Desde que Aznar se alzó con la mayoría absoluta en el 2000, el incendio nacionalista es una varita mágica para la derecha española. Una varita que cohesiona y moviliza al electorado conservador a la vez que maniata y disgrega al progresista. La derecha puede gobernar España obteniendo un resultado pésimo en Catalunya. La izquierda, no. Esta ecuación se confirma elección tras elección desde hace décadas.

La salida en tromba de la triple derecha contra la vía del diálogo en Catalunya responde a la misma estrategia de acoso y derribo empleada por el PP en la primera década del siglo contra el Gobierno de Zapatero. Entonces, como hoy, se trataba de incendiar Catalunya con el propósito de que las llamas acabasen devorando al rival. El fuego se llevó por delante parte del Estatut y abonó el terreno para la eclosión del independentismo. Una victoria espuria para los pirómanos y un fracaso catastrófico para el país cuyas consecuencias se harán sentir durante generaciones.

Hoy, como entonces, la derecha muere de ansiedad por descabalgar a la izquierda y detener los programas reformistas. Para conseguir su objetivo, necesita que la hoguera catalana no pierda fiereza. Cuanto más altas sean las llamas y más intenso el resplandor, mejor cumplirá la pira con su función. Hay que echarle combustible todos los días: traidor, felón, ilegítimo, mentiroso compulsivo, ridículo, incapaz, desleal, ególatra, irresponsable, incompetente, mediocre, okupa… El embrutecimiento del lenguaje político español, de la política española, ha llegado al paroxismo con Casado. La banda sonora es sonrojante.

Anatema

El último gran escándalo, atención, escándalo, es la propuesta de incluir un relator en la mesa de partidos políticos catalanes. Una mesa, por cierto, boicoteada desde su nacimiento por el PP, Ciudadanos y la CUP. Los cimientos de la civilización occidental se estremecen ante la posibilidad de que esa mesa cuente con un relator, notario, secretario de actas, coordinador, facilitador... lubricador. ¡Anatema!

El relator es el dedo que no permite ver la Luna. La derecha (y una parte significativa de la izquierda, anquilosada o temerosa de perder virreinatos) no se opone al relator. Lo que rechaza en realidad es el diálogo, la negociación, la posibilidad de alcanzar acuerdos, de limar enfrentamientos. El conflicto catalán es demasiado valioso como para acabar con él o rebajarle la intensidad.