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Y él dijo: ¿te bato un huevo?

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Miqui Otero

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Esta columna quizás no debería existir. 

He estado un buen rato barajando opciones sobre las que hablar hoy. Entonces he recordado la carta de Rilke al joven poeta: “Pregúntese en la hora más silenciosa de su noche, ¿debo escribir?”. O, como dice la canción: “Si lo que vas a decir, no es más bello que el silencio”, cállate, pavo.

Hace unos días le habría contestado a Rilke: mira, no existe hora silenciosa en mi noche; a menudo la bombardea el lloro de un bebé y trepo cascotes hasta que meto la leche en polvo en el microondas y el biberón en el horno para luego usar un 'pendrive' como chupete. ¡Dame un respiro, Rainero! Pero resulta que he leído el asombroso 'Game boy, un libro de ficción, ensayo y privilegio' (Caballo de Troya), donde Víctor Parkas explora nuevas formas de ser un hombre en el 2019 y donde abre fuego diciendo que el bloqueo del escritor es un privilegio masculino y “la sección de la biblioteca dedicada al lacrimal del hombre blanco no necesita más entradas”. 

Sobre 'Game boy', el libro de ensayos y ficciones sobre la masculinidad de Víctor Parkas

En el peor de los casos, el hombre se ha sentido últimamente acorralado (solo puede hacer eso quien ostenta privilegios, de clase, de raza, de género). En el mejor, se ha querido mostrar tan voluntarioso como ese invitado que no tiene ni idea de cocinar pero que, botellín en mano, se siente algo mal estorbando así que le farfulla al chef: ¿te bato unos huevos?

Destapa Parkas la falacia de las nuevas masculinidades (“Francia no se llamó Nueva Francia después de que Costa de Marfil se independizara”), que nos llevan a reclamar “cantares de gesta personalizados” cada vez que admitimos que quizás las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres. Hacedle caso, dirigid vuestros pasos a la ITV, no temáis: “Excepto el amor a la música y el odio al fascismo, ninguna otra de nuestras certezas debería durar más de un puñado de meses”.

Que el nuevo hombre debería anunciarlo alguien de veintipico y que Parkas era un lúcido (y provocador) articulista lo sabíamos, pero quizás no éramos conscientes de hasta qué punto, piñata de ideas que saltan a varazos y bolsa de canicas coloristas agujereada, era un narrador tan portentosamente divertido y técnicamente afinado. Desde el cuento que da título al libro, donde se presenta así: “Tengo siete años, un cinturón amarillo de karate y fimosis”. Yo, que casi la tuve, y que conocí (no en el sentido bíblico del término) a Parkas ya felizmente circuncidado pero aún postadolescente, me rindo ante su escalada de hallazgos. En determinados debates, como en la vida, o en el Tetris, no se gana: lo que hacemos es ir encajando las piezas cada vez con menos tiempo, a cada minuto más cansados, disfrutando, si podemos, del prodigio de seguir vivos y de la polka absurda que es la existencia y de la combinación cambiante de colores que nos ofrece este juego.

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