La situación económica española

Resultados mixtos

Continuamos creciendo y lo hacemos a ritmos mayores a los del resto de la eurozona. Pero, en un contexto de creciente incertidumbre sobre el futuro de la economía global, las fuerzas comienzan a flaquear

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n ilustracion de leonard beard / periodico

Josep Oliver Alonso

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La pasada semana conocimos el PIB español del cuarto trimestre de 2018 y el del conjunto del ejercicio. Del mismo se ha destacado la aceleración en el crecimiento del PIB, hasta el 0,7% intertrimestral, lo que sitúa su incremento en el 2018 en un sólido 2,5%, muy por encima del 1,4% de Alemania, del 1,5% de Francia o del 0,8% de Italia. No está mal. Además, si se acumula su avance desde el inicio de la recuperación, el PIB generado entre 2014 y 2018 en España suma cerca de un elevado 13%, superando ya el nivel alcanzado en el 2007. Hemos entrado, pues, en una nueva fase de la reabsorción de los estragos de la crisis.

En términos de empleo, la situación es, si cabe, más positiva: el INE, en la Contabilidad Nacional de España, muestra un aumento en el 2018 del 2,5% en los puestos de trabajo equivalentes a tiempo completo, un incremento absoluto de más de 460.000. También en este renglón, los resultados son mejores que los del resto de socios del euro: con escasamente el 12% del empleo de la eurozona en el 2014, hasta el 2018 España ha aportado cerca del 27% de la nueva ocupación generada en el área.

El extraordinario colapso entre 2008 y 2013

¿Razones de esas mejoras? Fundamentalmente, tres. La primera, el extraordinario colapso de la actividad y la ocupación entre 2008 y 2013. Entonces perdimos casi el -9% del PIB y más del -18% en ocupación (-3,6 millones de empleos), con destrozos excepcionalmente intensos en los principales renglones de la demanda: el consumo privado se redujo casi un -12% y más del -20% la inversión productiva (bienes de equipo, material de transporte, informática y otros elementos similares), mientras la efectuada en construcción simplemente se volatilizó (contracción cercana al -47%). Lógicamente, cuando se ha caído a pozos tan insondables, la salida de la crisis tiende a ser más intensa.

La segunda, la intensidad de las penosas reformas efectuadas. Fundamentalmente, las laborales, las del sistema financiero y las de pensiones y gasto público. Todas ellas generaron confianza sobre el futuro, al tiempo que contribuían al aumento de la competitividad. Finalmente, lo que denominé, hace ya unos años, vientos de cola. Es decir, el efecto sobre una economía que había tocado fondo y se había reformado profundamente de las políticas del BCE (tipos de interés nulos y baja cotización del euro), caída del precio del crudo y mejora turística, por la inestabilidad del norte de África y del este mediterráneo.

La suma de estos elementos se ha traducido en un empuje formidable de las ventas al exterior, insólito en la moderna historia del país. En términos nominales, las exportaciones de bienes y servicios pasaron de aportar en el entorno del 26% del PIB en 2007 a más del 34% en 2018; dado que al mismo tiempo las importaciones han tendido a aumentar por debajo de las ventas al exterior, el saldo exterior de la economía española presentó en el 2018 valores positivos, continuando los registros iniciados en el 2013, lo nunca visto en nuestra moderna historia. Y algo del todo necesario para ir reduciendo la montaña de deuda exterior del país, situada todavía en el entorno del 85% del PIB, muy por encima del 35% al que nos obliga la Comisión Europea.

Los vientos de cola pierden impulso

¡Pero, ay, poco dura la alegría en casa del pobre! Los vientos de cola bien han perdido impulso, bien se han modificado; el crecimiento en España va perdiendo fuelle; y la economía mundial se ha deteriorado sensiblemente. En este contexto, los resultados del último año son mixtos. Por una parte, continua un aumento de la inversión productiva (4,8%) por encima del consumo (2,3%), del todo necesario para la reconducción de los desequilibrios de deudas; por otra, las exportaciones de bienes y servicios han comenzado a avanzar moderadamente (un 1,8% en 2018), mientras que las compras exteriores lo hacen a mayor velocidad, un 3,1%. Mal asunto.

En resumen, sentimientos ambivalentes. Continuamos creciendo y lo hacemos a ritmos mayores a los del resto de la eurozona. Pero, en un contexto de creciente incertidumbre sobre el futuro de la economía global, las fuerzas comienzan a flaquear. Si el horizonte se despeja, podríamos continuar unos cuantos años más en esa senda positiva, necesaria para ir reabsorbiendo los excesos de deuda interna (pública en particular) y exterior. Si las cosas se tuercen, todo será más difícil. Pero, en cualquier caso, hay que continuar con las mejoras de competitividad: la caída de la industria el último trimestre es una mala señal de lo que nos espera. ¡No fuéramos a olvidarlo!