La clave

Maduro visto en TV

Évole no blanqueó al dirigente venezolano, por mucho que los fanáticos griten en las redes

NICOLÁS MADURO Y JORDI ËVOLE

NICOLÁS MADURO Y JORDI ËVOLE / periodico

Albert Sáez

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A los profanos de la política internacional nos sorprende la pasión del debate sobre Venezuela. Recuerda aquellos años de la guerra fría cuando la primera pregunta ante cualquier conflicto era simple y simplista: ¿con quién van los yanquis? Ni el tamaño, ni el petróleo ni la geoestrategia parecen justificar el nivel de ruido que provoca el tema en las redes y en la opinión publicada en los medios de comunicación más clásicos. En este contexto, a los profanos nos interesó ver la entrevista de Jordi Évole a Nicolás Maduro, el presidente al que nadie quiere reconocer pero al que le piden que convoque elecciones. Évole no estaba en su salsa y no brilló como en otras ocasiones porque su capacidad de improvisación, y su chispa, no eran la de los temas y personajes que domina. Con todo, la entrevista no fue, como algunos psicópatas han publicado en las redes, una operación de blanqueo. Maduro quedó retratado como lo que es: más demagogo que despota y más punzante que hiriente. A las preguntas clave formuladas de mil maneras diferentes respondió siempre igual, con el argumentario oficial. Maduro quedó bien dibujado.

Desde hace unos años, algunos guardianes de la ortodoxia periodística desde fuera del periodismo difunden la atrocidad de que entrevistar a alguien es simpatizar con sus ideas. Le pasó a Joan Tapia cuando dirigía un diario que entrevistó a Arnaldo Otegui. Como si las entrevistas fueran actos de propaganda cuando son justo lo contrario, el género periodístico más dialógico, menos condescendiente con las fuentes de información, más transparente para con el lector como ha estudiado el profesor de la UAB David Vidal. Blanquear a Maduro es transmitir sus monólogos en la radio y en la televisión o diseminar sus tuits en las redes. Preguntar es interrogar lo cual da al personaje la capacidad de defenderse pero reserva para el periodista la función de fiscalizar. Y en eso, Évole no falló. Los prejuicios actuaron una vez más al servicio de los que libran la batalla de Venezuela como si fuera otro asunto de política interior. No hay forma de entenderlos.