Política municipal

A por la Colau

La alcaldesa recibe caña porque va en serio y con un rumbo social claro

Ada Colau y Gerardo Pisarello, este jueves, durante el pleno del Ayuntamiento de Barcelona.

Ada Colau y Gerardo Pisarello, este jueves, durante el pleno del Ayuntamiento de Barcelona. / periodico

Juli Capella

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De forma inesperada, Ada Colau se coló en la alcaldía de Barcelona. Los poderes fácticos ni se percataron, convencidos de que siempre mandarían, hubiese quien hubiese en la plaza de Sant Jaume. Tras el 'shock', la incredulidad dio paso al mosqueo. Eso iba en serio y había que pararlo. De forma sistemática comenzaron las descalificaciones, al principio arguyendo que el ayuntamiento estaba paralizado. Pero al contrario, estaba redefiniendo muchos asuntos, y eso era todavía peor. Entonces buscaron problemas de los que responsabilizarla, como el tema de las<strong> terrazas</strong>, que sin embargo era una normativa creada por Xavier Trias.

Luego el 'top manta', desbordando competencias municipales. También se la acusó de turismofobia, pero en realidad eran los ciudadanos los que estaban hartos de soportar inconvenientes, mientras que unos pocos se repartían los beneficios. Ahora al menos se buscaba una solución equilibrada al tema, por cierto, incrementándose la llegada de turistas, cuando los agoreros predecían su derrumbe. Luego los <strong>narcopisos</strong> y la infravivienda, aunque ha sido el primer consistorio desde la democracia en tomarse en serio el tema de la vivienda, a pesar del desamparo de la Generalitat.

Y ahora toca la delincuencia y la <strong>inseguridad</strong>, que desde algunos diarios y TV-3 van azuzando exageradamente, hasta que por fin se convierte en paranoia. Un problema que implica a los Mossos principalmente. Aun y así es cierto que a este ayuntamiento le preocupan más las guarderías, la contaminación o el transporte público, que ciertos asuntos de orden público.

Hacer política es discernir prioridades. Las de Colau han sido las clases medias y populares, buscando un reequilibrio social en una ciudad a la deriva, cada vez más injusta, solo apta para pudientes, ejecutivos y visitantes. Por eso recibe tanta caña, porque va en serio. Con fallos, carencias y cierto sectarismo, efectivamente. En minoría y con reprobaciones. Pero con un rumbo social claro, y sin parecerse -de momento- a una política profesional.