Peccata minuta

Pan inglés

Si hace cuatro días la trifulca podía montarse por ser atendido en castellano o catalán, ahora la cosa va adquiriendo proporciones babélicas con la colonización turística

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Joan Ollé

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Cuando aparecieron los Beatles, mi abuelo estaba convencido de que las letras de sus canciones no estaban hechas de palabras, sino de grititos onomatopéicos sin sentido alguno, grititos que cambiaron el mundo. No soy tan radical como él, ya que, con el tiempo, he conseguido descifrar algún fragmento literario del extenso repertorio de los de Liverpool:  "'Michelle, ma belle, sont des mots qui vont très bien ensemble'", por ejemplo.

Lo reconozco: a pesar de haberlo intentado infinitas veces en grupo y en privado, nunca he conseguido abrir la puerta de entrada a la lengua de Donald Trump. Gracias a los Beatles conozco algunas palabras en inglés, pero nunca he sabido cómo juntarlas. He conseguido, en algunas ocasiones, hacerme entender por porteros de noche al reclamar la llave de mi habitación: "'Rum tu, tri, for, plis'", pero si  ellos  añadían alguna palabra de cortesía a mi escueta demanda, entonces me sentía perdido y debía acudir al conclusivo: "'Eskiusmi, mai fren: ai not espic inglich. Gut nait'".

Guiri en campo propio

Para disimular mis carencias he procurado no desplazarme en exceso a los países donde se habla esta lengua asintáctica y salvaje, pero a día de hoy ya no puedo pasear ni por mi barrio, ya que vivo cerca del Portal de l'Àngel, perpleja zona en la que el número de turistas supera por goleada a los  autóctonos que aún corremos por allí. Y, desde hace algún tiempo, es moneda corriente que al ir a comprar el pan,  el/la dependiente/a se dirija a ti, con toda su globalidad a cuestas, en... inglés. En más de uno y dos establecimientos incluso he contemplado airadas reacciones de la clientela al ser tratada de guiri en campo propio. Si hace cuatro días la trifulca podía montarse por ser atendido/a en castellano o catalán, ahora la cosa va adquiriendo proporciones babélicas. Es curioso: un país que, argumentando lengua  y cultura propias desea distanciarse de otro del que forma parte hace siglos, se resigna felizmente en nombre del cosmopolitismo más cutre a su total colonización turística. En mi barrio las cosas van así: para vender bocatas hay que saber inglés.

La única salida digna: encerrarse en casa manteniéndonos prudentemente alejados de toda radio o televisión, aparatos por los llegan voces de noticiarios, tertulias y programas de entretenimiento plagados de expresiones como 'meinstrim', 'cul', 'feicniu', 'espam', 'vintasch', 'niueich', 'guorchop', 'jepiauar'... que pueden impedir a algunos/as seguir la conversación en curso. Recomendaría al personal que se expresa a través de los medios de comunicación que no den nada por sabido, y, más allá de su 'jepi' tecnopoliglotía, recuerden el consejo de Josep Pla a una muy temprana Montserrat Roig: «Señorita, escriba para que su madre la entienda.»