Una idea de Catalunya, España y Europa

Catalanistas, a pesar de todo

El catalanismo del siglo XXI debe seguir respondiendo a qué queremos ser y, sobre todo, qué queremos hacer juntos

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Rafael Jorba

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Charles de Gaulle empieza sus memorias de guerra con una frase que resume su pensamiento: "Toute ma vie, je me suis fait une certaine idée de la France... Le sentiment me l’inspire aussi bien que la raison". (Toda mi vida me he hecho una cierta idea de Francia... Me la inspira tanto el sentimiento como la sentimientorazón). Pensaba en esta cita la semana pasado, al término de la presentación del libro coral Catalanisme. 80 mirades (i+), editado por ED Libros. Se trata de una iniciativa de la asociación Portes Obertes del Catalanisme, que preside el notario Mario Romeo, y reúne más de 80 textos de políticos, académicos, escritores y periodistas. El mínimo común denominador es el catalanismo entendido como un movimiento transversal que comparte una cierta idea de Catalunya, de España y de Europa, y que "no cabe en un solo partido", como apunta Romeo en el prólogo, "dados sus contornos amplios y las diversas visiones de la vida, la economía, la cultura y la política".

Este arcoíris que conforma el catalanismo político, ahora eclipsado, volverá a emerger cuando amaine la tormenta. Lo resume magistralmente Raimon Obiols en uno de los textos del libro: "Desde posiciones antagónicas y confrontadas, unos plantean la independencia y otros la liquidación del autogobierno. Tienen, además, un adversario común: el catalanismo. Lo presentan como una bandiera de festa già scorsa, para decirlo en palabras del poeta Salvatore Quasimodo: como la bandera de una fiesta que se ha acabado. A mí me parece exactamente lo contrario. Estoy seguro de que el catalanismo tiene una larga vida por delante, precisamente por el hecho de que nosotros, y las generaciones que vienen, ni veremos una Catalunya independiente ni tampoco una Catalunya asimilada, sumisa o sometida".

Que nadie, en ningún lugar, nos obligue a tener que escoger, pero que todos actúen como ciudadanos, es decir, sujetos a un mismo código de derechos y deberes, entre ellos los ligados a la residencia

Obiols, que escribe desde su observatorio de Bruselas, enmarca la crisis catalana en el contexto europeo y evoca la manipulación de las emociones, la explotación de los miedos, la mistificación de la historia, la simplificación maniquea de los problemas del presente y la oferta de falsas promesas de futuro. Desde esta perspectiva, vaticina que en Catalunya se acerca un tiempo de rectificaciones: "Que no serán colectivas: nos equivocamos en grupo y corregimos en solitario". Entre tanto, en la presentación del libro, el escritor Antoni Puigverd explicó que el humus del catalanismo sobrevivirá a la simplificación binaria de los últimos años: "Las encuestas del CEO confirman una y otra vez que el 70% de los catalanes comparten en grados diversos catalanidad y españolidad".

Segunda laicidad

En este contexto, Puigverd argumentó que el catalanismo debía favorecer el reencuentro de todos los ciudadanos en el ágora, es decir, en la plaza pública, frente a la tentación de encerrarse en el templo de las verdades reveladas. Su reflexión enlaza con el papel histórico del catalanismo mayoritario: fue pionero en la defensa de un modelo nacional de base cívica, a modo de un gran pacto de ciudadanía. Ya en el primer tercio del siglo XX, Rafael Campalans dejó escrito que Catalunya no era tan solo una geografía y una historia pasada: "Es, sobre todo, este anhelo regenerador que se transmite a todos los que viven en ella, es decir, esta voluntad de historia futura. No es la historia que nos han contado, sino la historia que queremos escribir. No es el culto a los muertos, sino el culto a los hijos que aún han de llegar".

Cien años después, el catalanismo del siglo XXI debe seguir respondiendo a esta pregunta: qué queremos ser y, sobre todo, qué queremos hacer juntos. Una lógica que es aplicable a Catalunya, al conjunto de España y a toda Europa. Para poder salir del templo (o de los templos de los nacionalismos) reitero una idea que centra mi aportación en este libro: tarde o temprano se planteará en Europa la necesidad de impulsar reformas constitucionales para introducir el concepto de segunda laicidad. De igual manera que el siglo XIX representó el inicio de la lucha por un marco de laicidad en el que la creencia religiosa pasó a formar parte del ámbito privado, el siglo XXI debería permitir que la nación -la nacionalidad- pasase también a formar parte de la esfera privada. La religión salió entonces engrandecida y la nación se vería fortalecida ahora. Que nadie, en ningún lugar, nos obligue a tener que escoger, pero que todos actúen como ciudadanos, es decir, sujetos a un mismo código de derechos y deberes, entre ellos los ligados a la residencia. La fórmula del president Tarradellaspresident: "Ciudadanos de Catalunya". Sí, porque Tarradellas nos legó una cierta idea de Catalunya.