Excesos mediáticos

Observar el dolor ajeno

Muchos seguían el drama de Julen por ese consuelo íntimo, inconfesable, que les da el dolor de los demás

Velas en memoria de Julen, en Totalán.

Velas en memoria de Julen, en Totalán. / periodico

JORDI PUNTÍ

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Hace unos días, el exceso mediático por el rescate del niño Julen me hizo pensar en el semanario El caso y sus portadas truculentas. Hay toda una generación que nunca leyó aquellos titulares llamativos que apelaban al lado más oscuro del lector. “Le liquidaron a machetazos”. “Abrasó al marido”. “Gitanilla violada y cosida a puñaladas”. Hoy en día muchos de aquellos enunciados no pasarían la censura de lo políticamente correcto... El Caso era un producto del franquismo, creado en 1952 para atraer a los cotillas con el terror de la España más primaria, pero poco a poco, a medida que la democracia modernizaba los hábitos de los españoles, se convirtió en una parodia de sí misma. La cerraron en 1987.

La España negra

Podría parecer que la atracción por las desgracias se esfumó entonces, pero de hecho solo se transformó en otros lenguajes, tal como prueban la llegada de las televisiones privadas y sus reality-shows. Bastaba con abrir el apetito y las audiencias llegaban con la misma voracidad de siempre. Se dice a menudo que hay como una herencia que traspasa los siglos en esa fascinación hispánica por el horror y las desgracias de los demás, desde la España negra de los grabados de Goya a los esperpentos de Valle-Inclán o el tremendismo del Pascual Duarte de Cela. Es el mismo camino que hoy en día, en la era de la información inmediata, une Puerto Hurraco, Alcázar o, hace poco, el caso del niño Gabriel, por decir solo algunos nombres --un rasgo que psicológicamente ayuda a entender el imaginario colectivo de España frente a otras cuestiones de interés nacional.

En el caso del niño Julen no ha habido crimen, sino una desgracia terrible, por lo que el fenómeno es aún más perverso. Aunque, dadas las circunstancias, el sentido común sólo hacía pensar en un desenlace fatal, el sensacionalismo lo ha observado en positivo, como una lucha contra los elementos para salvar una vida humana, y con unas dificultades técnicas que lo convertían en una superproducción. Sin embargo, en el fondo muchos lo seguían por las mismas razones de siempre: por ese consuelo íntimo, inconfesable, que les da el dolor de los demás.