El nuevo escenario mundial

Reacciones a la globalización

La cumbre de Davos ha pasado de puntillas por cuestiones urgentes, como qué va a pasar con la oleada de populismo

Ilustración de leonard beard

Ilustración de leonard beard / periodico

Joan Miquel Piqué

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Es un comportamiento muy humano. Cuando vemos que se juntan las personas más poderosas del mundo, nos invade una mezcla de esperanza y desconfianza, que varía en sus proporciones en función de nuestro estado de ánimo y el humor general del mundo económico y político. Cuando los vemos que hacen un hueco en sus agendas imposibles, nuestro subconsciente desea secretamente que encuentren soluciones a todos los problemas que nos preocupan, y asuman el liderazgo diciéndonos que no nos preocupemos porque ya se han puesto a trabajar para que se puedan resolver muy pronto.

En Davos, cada inicio de año, no solo concurren los gobiernos con sus presidentes y ministros, sino también los empresarios que controlan la mayor parte de lo que compramos, así como los cerebros más importantes de la ciencia y el pensamiento, aliñados con algunas 'celebrities' con marcado afán de protagonismo mesiánico (como Bono, el cantante de U2), o amenizadores de las fiestas nocturnas (como Leonardo di Caprio o los mejores chefs). ¿Quién nos puede culpar por pensar que de estos encuentros deberían salir las fórmulas mágicas para las amenazas que parece que no paran de crecer en el escenario económico y geopolítico?

Por eso, las conversaciones y los resultados de la cumbre organizada en Suiza por el Foro Económico Mundial durante la última semana dejan un cierto desencanto en la opinión pública, porque la agenda (difícil de simplificar los más de 100 eventos, seminarios, encuentros, presentaciones, conferencias… que se han sucedido en muy pocos días) ha concluido con resultados (públicos, porque seguro que en privado han sucedido muchas más cosas) mucho menos importantes que las expectativas. ¿Por qué? Intentemos analizarlo.

En primer lugar, por las ausencias, que han sido muy destacadas. Muchos de los presidentes de los países más importantes del mundo no han aparecido, fundamentalmente porque tenían cuestiones bastante más urgentes e importantes en sus propios territorios (por ejemplo, la primera ministra británica Theresa May y 'su brexit'), o porque además representan una visión del mundo del todo contrapuesta (por ejemplo, Donald Trump) a la dirección que tomaba el encuentro desde su planteamiento inicial (“Globalización 4.0: dar forma a la arquitectura global en la era de la cuarta revolución industrial”).

En segundo lugar, porque Davos planteaba cuestiones absolutamente fundamentales para el futuro de la humanidad (cambio climático, desigualdad, migraciones, gobierno tecnológico, etc.) pero pasaba de puntillas por la mayoría de cuestiones urgentes y de los 'incendios' actuales en el escenario global. En particular, qué va a pasar con la oleada de populismo que parece que intenta acabar con la globalización que nos ha acompañado durante los últimos 30 años.

El fin de la hiperglobalización

Y a pesar de estas 'decepciones', Davos nos deja algunas claves que los especialistas también han destilado claramente a lo largo de los últimos días. En primer lugar, la oleada de hiperglobalización que se produjo entre 1990 y el 2008 (frenada por la llegada de la crisis), efectivamente ha acabado, sobre todo por dos razones: por un lado, la caída de la inversión mundial, y por otro, la rentabilización que el discurso populista ha hecho del descontento de los perdedores (o menos ganadores) de ese proceso de globalización. Un nuevo populista (Bolsonaro) ha aparecido por Davos para presentar sus credenciales, y parece que este escenario ha llegado para quedarse, e iniciar una nueva etapa que el influyente semanario 'The Economist' ya ha bautizado como 'slowbalization', o globalización de crecimiento lento, es decir, de estancamiento económico occidental y nuevo impulso de Asia.

Parece haberse iniciado una era de estancamiento económico occidental y nuevo impulso de Asia

En segundo lugar, como decimos, China (y Asia) han venido para quedarse. No tan solo en términos del dominio de la economía y el comercio mundial (China comercia con el resto de Asia, más de 3.500 millones de personas, mucho más que con Estados Unidos), sino que ya toma el liderazgo y levanta la voz en cuestiones fundamentales. Un representante del Gobierno chino alzó la voz para lanzar a la cara de Occidente que “tienen que reconocer que la democracia no está funcionando demasiado bien”, y el propio presidente hizo su intervención con una defensa de la globalización y una frase muy clara: “En las guerras comerciales no hay ganadores”.

Parece que ha empezado una nueva era en la globalización. Esperemos que sus detractores entiendan que desmontarla no va a mejorar en absoluto la situación de aquellos que se habían considerado perdedores en el proceso. 2019 pinta complicado.