OPINIÓN

Y pitaron a Dios

La afición del Girona apostató por unos instantes de sus creencias y creyó que ya era hora de dejar de ser el equipo amable y subsidiario

Messi y Alba celebran un gol ante el Girona.

Messi y Alba celebran un gol ante el Girona. / periodico

Josep Maria Fonalleras

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Este partido tenía que haberse jugado en Miami, que es una ciudad con una temperatura más agradable que la de Girona. En general y, sobre todo, el mes de enero. Pero los astros no se conjuraron y finalmente se disputó en Montilivi, que es un estadio que puede ser muy gélido, sobre todo si llega la tramontana. Pero no fue el caso. El día tuvo de todo: nubes negrísimas que venían del sur, ratos de un cielo amargo y gris, y repentinas presencias de un sol que, sin ser el de Miami, calentaba el ambiente y disimulaba el invierno húmedo de Girona.

De repente, hacia el minuto 30 de la primera parte, comenzó a llover. Una lluvia persistente y en forma de cortina, pero a la vez nada tormentosa, incluso amable, como si la cortina fuera de terciopelo. Y luego, desde el norte, el sol se volvió a imponer. Se creó entonces un ambiente psicodélico, de tonos pastel, como un atardecer de Florida. Duró pocos minutos, pero fue como si nos hubiéramos tomado una dosis elevada de psicotrópicos. Como si las gradas de Montilivi quisieran imitar a los fantásticos edificios "art déco" de South Beach, aquella alocada mezcla de racionalismo y chicle. Y entonces se impuso un arco iris majestuoso, apacible y a la vez fantasmagórico.

"Al Girona, ni agua"

No sé si Quim Torra y Andrés Velencoso, dos de los que estaban en el palco, se fijaron en él. Velencoso quizá sí, pero creo que tenía más ojos para Messi, que esta vez no sufrió un marcaje al hombre y que protagonizó el momento culminante del partido: la instauración de la categoría efectiva de derbi. Hasta ahora, o bien el Girona vivía encogido (el marcaje individual era el símbolo) o sufría goleadas o sorprendía con suerte y defensas coriáceas. El partido que debía haberse jugado en Miami no fue de tonos pastel. Y Dios fue pitado. La afición del Girona (y muchos compartían la religión instaurada por el argentino) apostató por unos instantes de sus creencias y creyó que ya era hora de dejar de ser el equipo amable y subsidiario. La conmiseración de los barcelonistas se volvió incredulidad. Me lo comentaba el periodista Jordi Bosch: "Estoy recibiendo mensajes de amigos que me dicen 'al Girona, ni agua'; y esto tiene un aire de ruptura sentimental ".

Los derbis nacen y se fundamentan en acciones como la de Messi, que provocó la expulsión de Bernardo. Serán una fiesta, como quiere el tópico, pero a partir de ahora ya no se admiten golpecitos en la espalda sino revueltas contra la religión establecida. Ante la insolencia del Girona (una iconoclastia deportiva) es de esperar que los puristas admitan que se pueden adorar epifanías de Messi en la Champions a la vez que se pitan las estridencias domésticas bajo el arco iris. Los derbis son así, y ayer nació uno.

Bartomeu me preguntó: "¿Hoy debes ir con el Girona, no?". Le dije que sí y no pedí perdón. Espero no recibir ningún castigo divino. Los días antes del partido, Granell (que es un futbolista que piensa y recita) alentó a la afición con estos versos: "Todo está por hacer y todo es posible". No sé si todo es posible (por ahora, puede que no), pero hay cosas que ya se han hecho. Eso seguro.