LA CLAVE

La fe de Puigdemont

Hay un problema evidente entre Catalunya y el resto de España, pero no es menos palmario y sí más sangrante el que el 'procés' ha creado entre los propios catalanes

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LUIS MAURI

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La Crida de Puigdemont se ha puesto de largo. Usa un vestido inaprensible, etéreo. Una prenda abstracta como la fe: impalpable. En tanto que artefacto diseñado para la conquista de la hegemonía nacionalista (frente a ERC y también frente al sector renuente del propio PDECat) y la salvación y/o glorificación de Puigdemont, no necesita más complementos. Aquí, los  aderezos que mueven a la reflexión o se asoman a la duda estorban más que ayudan.

Para qué distraerse con cuestiones racionales y por lo tanto complejas y divisorias como la precarización del trabajo, los salarios de subsistencia, el desempleo y el éxodo o la postración laboral de la juventud. O la vivienda, que ya no es un problema sino un mito, o la corrupción. Ay, la corrupción. O, en fin, la distribución de la renta, la desigualdad desbocada, los desequilibrios de la economía local, los grandes desafíos globales, el clima, la revolución tecnológica, la encrucijada europea, el galope neofascista, la gestión de la inmigración, el miedo que conduce al odio, los tiritones de la sanidad y del sistema de bienestar social entero, el frustrante panorama educativo, el estigma de la violencia contra las mujeres, la lucha por la igualdad efectiva…

Ninguno de estos asuntos terrenales mereció debate en el congreso fundacional de la Crida. Porque esto no va de discusiones sociales, sino de dogmas nacionalistas. No hay contraste, hay aclamación. No hay duda ni confrontación de tesis con antítesis. Hay teología política. Retórica inflamada, recreaciones falsificadas de la doctrina jurídica de la ONU sobre la autodeterminación, impúdicos paralelismos con Ghandi, Mandela, Parks o King… Y empecinada negación de la fractura que el 'procés' ha abierto entre los catalanes. 

La señal de la catástrofe

Hay un problema evidente entre Catalunya y el resto de España, pero no es menos palmario y sí más sangrante el que se ha creado entre los propios catalanes. Sangrante como la nariz del concejal de Ciutadans en Blanes Sergio Atalaya o la boca del independentista agredido en las inmediaciones de la cárcel de Lledoners. Las catástrofes suelen anunciar siempre su llegada. Y nosotros solemos resistirnos a prestarles atención.