EL RADAR

Los problemas del taxi

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JOAN CAÑETE BAYLE

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«Si la ciudadanía pudiese votar entre los taxistas y las VTC, ¿cuál de los dos saldría ganador? Creo que las VTC. Porque los usuarios queremos rapidez, seguridad, limpieza y educación. Solo hace falta ver el comportamiento y la educación que han tenido estos días con la ciudadanía». Esta reflexión de la lectora Joaquima Creus, de Barcelona, expresa un amplio sentir de la ciudadanía ante la segunda huelga en pocos meses de los taxistas en la ciudad.

En efecto, es muy dudoso  que los taxistas ganasen un concurso de popularidad entre la ciudadanía. Las huelgas en los servicios públicos son incómodas e impopulares de por sí, podría argumentarse.

Pero  en las cartas, muchas, que hemos recibido en Entre Todos estos días contrarias a la huelga y a las posturas de los taxistas no hay muchas referencias a las incomodidades del bloqueo de la ciudad, sino a la calidad del servicio de los taxis comparado con el de las empresas como Uber y Cabify. Sí, la competencia, leal o no, de las VTC es un problema del colectivo de los taxis. Pero la calidad del servicio que ofrecen y la percepción que de él tienen sus consumidores es otro. Y muy grave.

La conversación pública alrededor del conflicto del taxi se ha articulado en torno a tres ejes. El de la calidad del servicio, en el que los taxis pierden. El de la forma con la que los taxistas ejercen el derecho a la huelga (bloqueo de la ciudad, episodios minoritarios, pero siempre presentes, de violencia), también contrario a los taxistas. Y el propiamente económico, un debate mucho más matizado y con tres argumentos dominantes: los taxistas, que han gozado de un monopolio de un servicio público durante años, deben adaptarse a los nuevos tiempos y aceptar la cruda realidad de la nueva economía de las app; las condiciones de trabajo de los empleados de Uber y Cabify son muy precarias y no deben ser respaldadas; es cierto que los tiempos han cambiado, pero los taxistas han invertido su vida entera en las licencias y son unos trabajadores castigados por el capitalismo salvaje. Incluso en este tercer eje, los argumentos de la conversación tampoco defienden plenamente y sin reservas al colectivo y su modelo de negocio actual. Como se dice ahora, el gremio del taxi tiene un grave problema reputacional que no se solventa creando un par de apps.  Y mucho menos a patadas contra las VTC.

Mal asunto para los taxistas. «Los usuarios son los que demandan los servicios y cambian sus preferencias (...) El cliente o consumidor es el que paga y decide lo que quiere, no son las empresas las que dan lo que ellos deciden», escribe Jordi Gabin, de Rubí.

Las licencias

También nos han escrito cartas bastantes taxistas. Describen las largas jornadas laborales, los duros requisitos para trabajar de taxista y  lo que implican para ellos las licencias: «Después de casi 40 años trabajando en el taxi solo he podido llegar al momento de la jubilación con la pensión mínima y la ilusión de que con lo que sacara del traspaso de la licencia viviría mi vejez, no con desahogo, pero sí dignamente. Vana ilusión, porque unos señores a los que solo puedo llamar piratas han decidido que mi licencia no valdría para nada», escribe Manuel Coma, de Barcelona. Esa es otra cara de la problemática.

Resulta llamativo, y también debería ser motivo de reflexión para el colectivo, que en un momento de precariedad laboral, de bajas pensiones generalizadas y de malestar por la creciente desigualdad, sus reivindicaciones no reciben un apoyo mayor por parte de una opinión pública que sabe lo que es trabajar mucho por bajos salarios y tener miedo a una jubilación en precario. Pero no hay mucha empatía en la conversación pública hacia los taxistas.  Y si sus potenciales clientes no los entienden, el negocio tiene un negro futuro, ya sea hoy, mañana  o pasado mañana.