Peccata minuta

¡Taxi!

El auténtico adversario del taxi, a medio plazo y resueltas las actuales rencillas gremiales, no es su negra competencia, sino más bien el futuro, que ya está aquí. Si no, que se lo pregunten a los libreros, por ejemplo

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Joan Ollé

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'Una de las palabras de la semana ha sido 'taxi', apócope  de taxímetro, ingenio griego que no usan Uber ni Cabify, ya que al contratar un viaje con precio prefijado les da igual el correr del tiempo. Y la palabra ha dejado imágenes: largas colas de coches negros y de tonos abeja obstruyendo las calles, conductores mostrando su mala conducta a propios y extraños, Joan Gaspart condenado a descender al suburbano (como mi extraordinario, rural y automovilista amigo Joan, que ante la inquieta cola formada por su inexperiencia en la introducción del billete en la máquina validadora de la plaza de Catalunya, solo se le ocurrió soltar: «¡Hombre, es que yo solo cojo el metro en París!») y el desplazamiento de cuatro taxistas barceloneses hasta Waterloo para rogarle a Puigdemont que rezase por la causa, a lo que 'Él' respondió que pasaría  inmediato recado a sus representantes en la tierra.

Nunca he tenido carnet de conducir, y, en consecuencia, he sido y soy buen cliente del transporte público, taxi incluido. A la que paro uno, mis colegas de diésel y gasolina me tratan de rico, yo les invito a sacar cuentas de lo que les cuesta en dinero y tiempo disponer de un coche, y casi todos acaban bajando la testuz. Últimamente, al privarme mis amigos taxistas de su compañía, me he visto obligado a abusar de metro, tranvía, autobús, 'ferrocata', funicular... Y, mira por donde, les he encontrado gusto: higiene total y total discreción del conductor sin inoportunas emisoras de radio, banderas, catastrofismos ni entrometimientos en la intimidad del pasaje. Lo observó Peter Handke: mejor mirar y ser mirado por quienes comparten contigo vida y viaje en un vagón que verte obligado a observar fijamente un cogote. Miento: también me he encontrado en el múltiple mundo del taxi con estupendas personas que, con su simpatía, me han ayudado a empezar el día o a clausurar la noche con mejor ánimo que antes de montarme en su vehículo.

El otro día, en plena huelga, quedé para cenar con algunos alumnos y alumnas, y, a medida que se acercaba la medianoche, iba creciendo la inquietud por no perder el último metro. La opinión general fue que era un putada, con lo bien que estábamos, tenernos que adaptar al horario de Cenicienta. Hasta que el bueno de Igor se puso moderno y, a través de una básica aplicación de su móvil, localizó un par de ciclomotores de alquiler a escasísimos metros del restaurante, ofreciéndose él mismo a acompañarnos a casa cuando nos viniera en gana.

Creo firmemente que el auténtico adversario del taxi, a medio plazo y  resueltas las actuales rencillas gremiales, no es su  negra competencia, sino más bien el futuro, que ya está aquí. Si no, que se lo pregunten a los libreros, por ejemplo.