LA CLAVE

Subvenciones y aberraciones

Las organizaciones religiosas en cuyo seno y bajo cuyo amparo se han cometido abusos sexuales de menores siguen beneficiándose de conciertos y subvenciones públicos

Una pintada en una pared del colegio de los Maristas, en la calle Caballero de Barcelona.

Una pintada en una pared del colegio de los Maristas, en la calle Caballero de Barcelona.

LUIS MAURI

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La autoridad sanitaria central convocó un concurso público para abastecerse de vacunas de la gripe antes de la llegada del invierno. El laboratorio H. ganó el contrato y produjo cinco millones de unidades. A finales de octubre, las urgencias de los hospitales se llenaron de ciudadanos aquejados de un extraño y  severo síndrome. Doce fallecieron y más de 200 sufrieron trastornos neurológicos irreversibles. La vacuna era defectuosa: en lugar de inmunizar, envenenaba. Tres meses después, la autoridad sanitaria encargó al mismo laboratorio la producción de vacunas triple vírica para cubrir la demanda estimada de los cinco años siguientes.

El departamento de carreteras adjudicó a la constructora K. el contrato para levantar un viaducto sobre el valle. La obra puso fin al aislamiento secular de la comarca. Pronto floreció una vigorosa industria turística local y se detuvo la caída demográfica. Tres años después, el viaducto se desplomó. Murieron 17 personas que atravesaban el puente a bordo de sus vehículos. La investigación reveló que la obra tenía un grave defecto constructivo. Dos meses más tarde, el departamento concedió a la misma compañía el contrato de construcción de un complejo nudo de conexión entre dos autopistas en las tierras del este.

Pederastia en la Iglesia

La administración de enseñanza concertó con diversas organizaciones de la Iglesia la prestación del servicio público de educación y les subvencionó otras actividades de formación y recreo de los niños. Un día estalló el escándalo. Más de 40 menores habían sido sometidos a abusos sexuales por una docena de profesores en tres colegios de una orden religiosa. Los crímenes fueron silenciados durante 30 años por la congregación. Lo mismo le sucedió al menos a un adolescente en una abadía de otra orden. El curso siguiente, y el siguiente del siguiente, la administración siguió concertando y subvencionando actividades con esas mismas congregaciones.

El lector, siempre atento, ha acertado. Los dos primeros párrafos refieren episodios ficticios. La ciudadanía los habría considerado inadmisibles. El tercero, en cambio, es real. Lamentablemente, aberrantemente real.