Análisis

El neoaznarismo es el camino

El neoaznarismo habla solo para los suyos. Su programa se resume en una frase: todo está claro y no hay nada que discutir porque lo único que hay que cambiar es al gobierno

Aznar ve a Casado un líder "como un castillo" sin "tutelas, ni tutías"

Aznar ve a Casado un líder "como un castillo" sin "tutelas, ni tutías". /

Antón Losada

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Nunca sabremos si Mariano Rajoy se presentó por decisión propia en la convención popular para ser entrevistado por Ana Pastor, como si se tratara de un reportaje de Canal Historia, o porque la nueva dirección popular no quería que se le colase nadie en la fiesta. Sí sabemos que José María Aznar, el hombre que hace apenas meses declaraba no sentirse representado por algún partido, sí pudo dirigirse al plenario como si fuera Moisés y viniera a entregarle a su viva imagen y legitimo heredero, Pablo Casado, las tablas de la ley, recibidas en su día de manos del mismísimo dios de las derechas.

El 'timeline' de la convención reprodujo una película que comienza en el pasado posibilista del marianismo, que solo trajo rendición y desencanto, pero termina en el futuro heroico de un neoaznarismo que solo ofrece victoria y reconquista; todo regado con la épica de un himno 'popular remasterizado' a medio camino entre 'Gladiator' y 'Carros de fuego'.

Gracias por los servicios prestados

Pablo Casado ha decidido dirigirse a quienes han dejado de votarles estos años y olvidarse de los siete millones que, como recordó Rajoy, han sabido aguantar su voto ante las situaciones difíciles y no se asustaron. El mensaje que emerge de la apoteosis neoaznarista es claro: quienes se fueron, como Aznar, tenían razón, y quienes se quedaron, como Soraya Sáenz o Ana Pastor, estaban equivocados, aunque gracias por los servicios prestados.

Como en todo relato inventado los hechos no importan. Ni siquiera que los dos presidentes con más poder sean supervivientes marianistas. Moreno Bonilla iba a ser ajusticiado y la inesperada presidencia le ha concedido una vida extra. Núñez Feijóo, que ha racionado cuidadosamente sus posados junto a Casado, vino a la convención “desde la Baviera española” para decir que al PP no hay que refundarlo sino estar orgullosos porque ni está en la trincheras defendiendo el fundamentalismo, ni vocifera ni descalifica por ansiedad porque “desde la ansiedad no se defienden los intereses generales”. Por si no se le había entendido suficientemente, Rajoy remató advirtiendo que no son buenos ni los sectarismos ni los doctrinarios, ni en la vida ni en la política

Rajoy dijo no venir a da consejos. Aznar venía a dar lecciones. Resumió mejor que nadie el “gran salto adelante” dado por el nuevo PP: finiquitar, al menos a corto y medio plazo, a aquella gran fuerza conservadora que monopolizó el espacio de la derecha y el centro durante dos décadas ofreciendo un estilo tranquilo en sus formas, un discurso económico corporatista con toques liberales y un posicionamiento conciliador en derechos y libertades individuales. El PP de Casado ya no se brinda para “liderar” el cambio sino para ser “seguro” del cambio en una derecha dividida por ambos flancos. El marianismo aún habla para aquel partido hegemónico. El neoaznarismo habla solo para los suyos. Su programa se resume en una frase: todo está claro y no hay nada que discutir porque lo único que hay que cambiar es al gobierno.