Análisis

SUV, renting y demás baratijas

MILLENNIAL. La estética del nuevo miembro SUV de Volkswagen está claramente enfocada a los conductores que confían en la marca pero buscan cierto desenfado en sus líneas.

MILLENNIAL. La estética del nuevo miembro SUV de Volkswagen está claramente enfocada a los conductores que confían en la marca pero buscan cierto desenfado en sus líneas.

Josep-Francesc Valls

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El automóvil ha sido uno de los principales iconos de los últimos cien años. Representa la industrialización, la globalización, la innovación, el status, la belleza, la comodidad, el individualismo. En sus plantas se han inventado teorías de management exitosas para mejorar prestaciones, producir más rápido y más barato, que luego han sido transportadas a otros sectores. Casi todo lo que se han propuesto los fabricantes lo han conseguido. Como, por ejemplo, disponer de un deporte propio que lidera audiencias mundiales y marca tendencia en casi todo.

La industria creía avanzar hacia una persona/un coche. Pero la crisis de 2008 significó el frenazo definitivo de las ventas, de modo que actualmente la producción española se sitúa a niveles de 2013. El convencimiento general es que hemos ingresado en la fase de declive dentro del irremediable ciclo de vida. Hace tiempo que el turismo le disputa el primer lugar del ranking mundial en cuanto aportación al PIB.

No se van a cumplir las previsiones de la consultora Oliver Wyman de producir unos 120 millones de vehículos anuales en 2030 frente a los 75 millones actuales. La demanda se está ralentizando por dos motivos relevantes. El primero, la electrificación de la industria de la automoción. En 2030, uno de cada tres coches vendidos en China será eléctrico; uno de cada cuatro, en Europa; y el 60% de los norteamericanos comprará un híbrido. Los países están marcando fechas para el fin de las gasolinas y gasóleos, la energía reina, causante en gran medida del deterioro medioambiental de nuestras ciudades. España se apunta al 2040. Aunque a veinte años vista, es la primera vez que se fija una hoja de ruta y un plan de restricciones similar a la mayoría de los países del entorno. Y el segundo, consiste en el cambio de los usuarios. El coche en propiedad está dejando paso a marchas forzadas al coche compartido mediante fórmulas de social car, alquiler tradicional, o, sobre todo, a través de las aplicaciones con o sin conductor, es decir, bajo demanda.

La incertidumbre de la electrificación y el avance del coche compartido ralentizan la compra de vehículos, acelerando el desfase entre los fabricados y los vendidos. Si añadimos la sobreproducción histórica, el resultado es que los precios van a la baja. Ahí estamos. Por eso, asistimos a la explosión de nuevas incitaciones a la compra. El renting a particulares es la más entusiasta. Las propias firmas, sus financieras, los bancos y numerosos operadores se han apuntado a esta moda. Si esa figura resultaba interesante para las compañías, ahora se socializa. En vez de adquirir el vehículo en propiedad, se alquila por un período determinado. Todos los gastos que se generan corren por cuenta del propietario del bien: revisiones, reparaciones, cambio de neumáticos, póliza de seguros a todo riesgo, impuestos, etc. Libres de polvo y paja.

Me comentan de la moda de los suv -sport utility vehicle-, alias monovolumen, más ligeros que los todoterrenos. Ofrecen unos cuantos palmos cuadrados de chapa de más que los automóviles tradicionales. A pesar de ello, resultan más baratos. ¿Por qué? Porque a cambio de ello, abaratan el resto de componentes. Es algo así como el dos por uno del low cost.