Falso fenómeno de acción y reacción

La catalanofobia y la tercera ley de Newton

Salvo excepciones y a pesar de la propaganda unionista, el movimiento soberanista, como el catalanista, no es supremacista

ilustracion de leonard  beard

ilustracion de leonard beard / periodico

Marçal Sintes

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Seguramente, lo que más me ha alarmado y entristecido en los últimos años es la ola, la gran ola de odio que, como catalán, he percibido a raíz del crecimiento del movimiento soberanista y del llamado 'procés'. Este odio (no sabría llamarlo de otra forma) se ha manifestado y se manifiesta de muchas formas y en muchas dimensiones, pero no es más que una profunda animadversión a la catalanidad (y al catalanismo, que es su expresión política, en sus diferentes variantes).

Yo mismo suelo advertir que hablar en general siempre supone mentir. Pero a la hora de abordar determinados fenómenos no disponemos de otra vía que generalizar, recurrir a la abstracción. Eso sí, procurando de no sacar conclusiones a partir de anécdotas o elementos aislados, probando, en definitiva, de situar las cosas en su contexto.

Cambio de mentalidad en la sociedad

Confesaba antes mi alarma ante esta ola de odio y de total incomprensión (de falta de eso que ahora llamamos alteridad) por parte de la españolidad, o de una cierta forma de españolidad, para ser justos. Dicta la tercera ley de Newton (o de acción y reacción) que toda fuerza ejercida en un sentido desencadena una fuerza igual en sentido contrario. ¿Es esto lo que ha pasado cuando una parte muy importante de los catalanes ha reclamado decidir sobre la posibilidad de un Estado independiente? Diría que en parte sí, pero añadiría que en el caso catalán no ha pasado solo eso, ni mucho menos. Porque la ola de animadversión no se inicia con el movimiento soberanista actual. No empieza de cero. Cuenta con un denso sustrato que se remonta mucho tiempo atrás en la historia de la cultura política y social española.

Es imposible retroceder tanto, pero sí es imprescindible revisar la evolución desde la Transición hasta el momento de la propuesta del nuevo, y fracasado, Estatut. El pujolismo, que es una evolución del catalanismo tradicional, consideró el pacto de 1978 el comienzo de una transformación de la mentalidad española. Resulta coherente con el catalanismo político nacido en el último tercio del siglo XIX. Se trata, esquemáticamente, de colaborar a fondo en la modernización y progreso económico español con el convencimiento de que esto conllevará un definitivo cambio de mentalidad en la sociedad.

"La segunda Transición"

Sin embargo, este cambio de mentalidad no se ha producido, fundamentalmente porque por parte española nunca ha existido la sólida voluntad -excepciones aparte- de impulsar una pedagogía en este sentido. Al contrario. Muy pronto los prejuicios anticatalanes vuelven a ser usados para fines político-electorales. Lo hará sobre todo la derecha, pero también la izquierda española. Hasta que en su segunda legislatura (2000-2004) y con mayoría absoluta, José María Aznar apuesta sin ambages por la regresión. Es lo que el PP llamó "la segunda Transición". Se trata de recuperar sin reparos el proyecto asimilador y centralista al que algunos nunca renunciaron.

El proceso de reforma del Estatut tiene dos momentos muy ilustrativos. El PP pidiendo firmas contra el proyecto en mesas repartidas por toda España (invitaba a firmar "contra los catalanes") y el socialista -y presidente de la Comisión Constitucional- Alfonso Guerra jactándose públicamente de haber "cepillao" el proyecto como los carpinteros hacen con los tablones. La faena la remató un Tribunal Constitucional contaminado de partidismo, que destrozó un Estatut aprobado por los dos parlamentos y, lo más importante, por los ciudadanos. Todo ello acaba convenciendo a muchos catalanes de que el pacto de la Transición ha resultado una tomadura de pelo. No solo eso. Para ellos, la fórmula clásica -participación positiva de Catalunya en el proyecto español a cambio del reconocimiento de la diversidad nacional- no ha funcionado porque no puede funcionar y, por consiguiente, nunca lo va a hacer.

A partir de la crisis del Estatut, la catalanofobia es incitada más aún, exponencialmente, en una espiral enfermiza, enloquecida. Algunos alegarán que la catalanofobia es consecuencia del odio proyectado por el soberanismo contra la españolidad. No es cierto. Aquí tampoco se cumple la tercera ley de Newton. El movimiento a favor de la autodeterminación y la independencia no es ni ha sido antiespañol. No tiene nada contra la españolidad ni contra el ciudadano español de la calle, pero sí, y mucho, contra los aparatos del Estado y los poderes mediáticos madrileños. Por supuesto, se pueden hallar excepciones, incluso excepciones estridentes, pero, a pesar de lo que repite la más miserable propaganda unionista, la realidad es que el movimiento soberanista no es supremacista ni nada que se le pueda parecer, como no lo es el catalanismo. Todo lo contrario.