Análisis

La religión del 'brexit' y sus pecados

No existe la salida buena ni se adivina cuál es la menos mala. Westminster ha renunciado a la razón y se ha lanzado por la pendiente de los sentimientos y la fe

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Josep Martí Blanch

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El Parlamento británico ha dicho no a Theresa Mayno. Se la ha vapuleado desde todos los frentes. Los que se quieren ir de verdad, los que se quieren quedar, los irlandeses, los escoceses, los liberales y el que pasaba por ahí. Hasta el speaker (el equivalente al presidente del Congreso), el carismático John Bercow, viene dando collejas a la líder conservadora. Todo el mundo se atreve. No es broma el resultado. El Gobierno vio cómo el trabajo de dos años de negociación se iba por el sumidero. De 634 diputados, 432 le dijeron a May que su camino está cegado634  432. Desde 1924 no se había visto una derrota del Ejecutivo de tal magnitud.

Pasó en el Parlamento lo que se vio durante todo el día enfrente de Westminster. Solo había ciudadanos enfadados con May. Los unos, con banderas europeas, calificando el brexit de engaño y exigiendo un segundo referéndum. Los otros, empuñando banderas o directamente vestidos con la 'Union Jack', exigiendo que deje de traicionarse lo que la gente votó y que el brexit se haga efectivo de verdad y sin acuerdo.

Pasó lo que se temía desde que May cerró su acuerdo con la UE. ¿Y ahora? Pues ahora a seguir esperando. Jeremy Corbin, el líder laborista, levantó el puñal de la moción de confianza tras la votaciónmoción de confianza. Una moción que se discutirá en las próximas 24 horas y que servirá para seguir tirando sal sobre las heridas de May, pero que no va a tumbarla.

¿Y ella? Erre que erre con que llevará adelante su mandato de sacar al Reino Unido de la UE. Volver a votar el acuerdo, intentando que la UE ponga algo más de su parte. Pero su margen de maniobra es cada vez más pequeño. Estaba débil y ahora aún lo parece más.

El sentido común apunta a que, de una manera u otra, se abrirá una prórroga, porque empieza a parecer imposible que el Reino Unido se vaya de la UE el 29 de marzo. Pero fiarlo todo al sentido común es mucho fiarse, dadas las circunstancias en las que se desarrolla la política actualmente, no solo en el Reino Unido, sino en todo Occidente.

De hecho, el mismo sentido común también parecería apuntar que si un gobierno pierde por una goleada como la de ayer la votación que justifica toda su legislatura a lo mejor debería darse por amortizado. Pero aún no estamos aquí y a May le queda un hilillo de vida. Básicamente, porque no hay una solución que permita vislumbrar la articulación de una mayoría parlamentaria que pudiera avalarla.

No existe la salida buena, pero tampoco es fácil adivinar cuál es la menos mala. Westminster ha renunciado a la razón y con el brexit se ha lanzado por la pendiente de los sentimientos y la fe. Ayer, ante el Parlamento, un señor que quiere ver a su país fuera de la UE se paseaba con un cartel en el que se leía: "El Reino Unido no necesita a la UE. Necesita la palabra de Dios". Sirva para ejemplificar en lo que se ha convertido este tema en las islas para unos y otros: una cuestión religiosa. Siendo así, lo que ya está claro es que tarde o temprano los principales actores de esta obra tendrán que pasar un rato largo sentados en el confesionario. Pero no aún. Esto va para muy largo. Puede que el Reino Unido tarde tanto para irse de la UE como tardó en ingresar en ella. Fueron 11 años desde que levantó el dedo pidiendo ingresar en el club.