Un modelo de coexistencia urbana

La soportable incomodidad de los parisinos

En la capital francesa nadie hace caso de las prohibiciones absurdas; de las razonables, todo el mundo

zentauroepp46503654 leonard beard190111183420

zentauroepp46503654 leonard beard190111183420 / periodico

Xavier Bru de Sala

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Por prescripción de la reumatóloga, me he visto impelido a caminar kilómetros con paso firme. Después de Barcelona, el lugar más apropiado es París, no porque sea una ciudad cómoda como la nuestra sino por una razón bien sencilla: si en otros tiempos París bien valía una misa, ahora vale el cúmulo de incomodidades innecesarias que exige como tributo.

Antes, una observación comparativa. Las calles y el metro de Manhattan parecen un muestrario de obesos, deformes, feos, feas y culos estratosféricos. En París, también multicolor, ocurre lo contrario. En París, todo el mundo es ágil, atlético. Hay pocos ancianos, pocas tallas anchas y pocas personas con movilidad reducida. Los que verán sueltos suelen ser turistas. ¿Misterio? Todos los fenómenos, y más si son humanos, tienen una explicación.

Edificios de cinco o más plantas sin ascensor

Empezamos la relación de incomodidades por las aceras del Marais, el barrio que va del Beaubourg a la Place des Vosges que los gais y los judíos pusieron de moda en comandita en los años 80. Calles y aceras estrechas, irregulares en todos los sentidos, por lo que el peatón debe detenerse a menudo para ceder el paso o bajar a la calzada, siempre mucho más ancha de lo que precisan los coches. La solución son las plataformas que minimizan la diferencia entre acera y calzada. Los conductores se adaptarían enseguida, porque ya conviven con los peatones. No la adoptan por desconocimiento sino porque prefieren la incomodidad. Barrera selectiva.

Que fuera de los bulevares las aceras se ensanchen y estrechen es habitual. Más incómoda aún es la falta de escaleras mecánicas en el metro. Aunque en este punto París ha mejorado, las escaleras convencionales, las que exigen una buena preparación física porque a menudo son interminables, superan aún, y de largo, el 50%. Para ir en metro tienes que estar en forma. Si no eres deportista no transportes una maleta o un cochecito de niño. Barrera selectiva.

París destaca también por el número de edificios de cinco o más plantas sin ascensor. Hay que tener en cuenta que es la única entre las grandes ciudades europeas que nunca ha sido bombardeada ni ha sufrido un gran incendio o desastre natural. El hecho, unido a la perdurabilidad de los dos materiales de construcción predominantes, el excelente roble francés, y ni que decir tiene la piedra fácil de cortar, conlleva que las casas de París soporten el paso de los siglos con toda imperturbabilidad. Venerables escaleras, serpenteantes e irregulares, y pocas ganas de destrozarlas para introducir un minúsculo ascensor. A menudo son los jóvenes y los no tan jóvenes de los pisos de arriba los que se oponen.

Poco 'top manta' y ninguna sensación de inseguridad

Otra incomodidad para la gente no contaminada que los parisinos aceptan, no se sabe si con la fe del converso o por hipocresía, es la etiqueta bio. Primero fue el gimnasio. Ahora el bio. Si no quieres bio vete a la 'banlieue'. Si no vas al gimnasio y no te alimentas bio no aguantarás las largas colas en la calle para acceder a los equipamientos culturales.

En París, los patinetes eléctricos conviven incluso en las aceras con los peatones, no se enfadan, lo llevan bien

En cambio, hay muy poco 'top manta' y ninguna sensación de inseguridad. Patrullas de tres uniformados -de camuflaje, para que se les vea más y meter más miedo- con las armas en ristre en los lugares estratégicos, sí. Guardia Urbana a la vista, nada. La gente es bastante civilizada y se organiza, pero en cuanto la policía es llamada comparece con presteza.

¿Y los 'chalecos amarillos', no incomodan con sus manifestaciones? Los Campos Elíseos, como la rue Rivoli, son un territorio amablemente cedido por los parisinos a los forasteros. Mis interlocutores, cultos e irónicos, critican a Macron por haber metido la pata y desafiar en vez de disimular. La factura, se resignan, la deberán pagar ellos. Los chalecos amarillos no son bien vistos por una sencilla razón: "En París no hay ningún pobre". Ni ningún obeso. Ni ningún feo. Ni ningún parisino con un IQ (Cociente Intelectual) por debajo del 130. Barreras selectivas.

La última de las incomodidades soportables es la invasión de la 'trottinette' o patinete eléctrico compartido. Apenas comienza y la desbandada es increíble. Además de las bicicletas (campo en el que las compañías privadas se comen el terreno del Velib público) han desembarcado hasta seis empresas de alquiler de 'trottinettes'. Por si eres corto de vista y no tropiezas con ninguno, la aplicación en el móvil te dice dónde está el más cercano, le acercas el código QR, te montas y cuando llegas a destino lo dejas donde te plazca, aunque sea en medio del paso. Ni que decir tiene que van por la acera cuando les parece y muy a menudo dos en un patinete, parejas o madre e hijo. En París conviven, no se enfadan, lo llevan bien. De las prohibiciones absurdas nadie hace caso. De las razonables, todo el mundo.