análisis

La muralla china de Trump

Todo vale para alcanzar el objetivo de terminar el Muro en el 2020 para que sirva para diseñar el núcleo central de la campaña para la reelección: la lista de promesas cumplidas

president donald trump

president donald trump / periodico

Albert Garrido

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El grosero recurso a utilizar datos falsos para justificar la necesidad de levantar un Muro en la frontera de México confirma a Donald Trump entre los presidentes de Estados Unidos más dados al engaño y a la falsedad. Pero detrás de esta inmersión contumaz en la mentira se pone de relieve la importancia que la Casa Blanca da al Muro como herramienta destinada a fijar una presunta crisis en el imaginario colectivo de su electorado –las clases medias defraudas de los estados víctimas de la desindustrialización y la llamada América profunda–, cuando no a crear tal crisis 'exnovo' para cerrar el recorrido clásico de las profecías autocumplidas. En la lógica presidencial, el Muro debe ser la referencia mayor, por más visible, de las promesas hechas en el 2016, una suerte de muralla china convertida en el legado más perdurable del trumpismo.

Otros ingredientes o resortes emocionales seguro que completan ese objetivo principal, entre ellos el racismo implícito en la brega presidencial –se buscan los descartes del programa 'El aprendiz', que Trump presentó en la televisión, para demostrar que su vocabulario está lejos de ser integrador–, pero lo más importante es asegurar la imagen impactante, tener construido el Muro en noviembre de 2020. Todo vale para alcanzar ese objetivo, que debe servir para diseñar el núcleo central de la campaña para la reelección: la lista de promesas cumplidas. Si para ello es preciso forzar un cierre parcial de la Administración por falta de presupuesto, se lleva a cabo la maniobra; si procede vincular inmigración con inseguridad, se hace; si debe hablarse de una crisis en la frontera sur ajena al más elemental realismo, se proclama en televisión que tal crisis es un hecho.

Dramatización exagerada

Los dos primeros años de presidencia de Trump, con mayoría republicana en las dos cámaras del Congreso, todo resultaba más fácil; a partir del año nuevo, todo se ha complicado para el Gobierno. La mayoría demócrata en la Cámara de Representantes, encabezada por la veterana y pugnaz Nancy Pelosi, obliga a la Casa Blanca a una dramatización más exagerada de los problemas, aunque no a revisar la ideología de fondo de Trump desde siempre: la determinación de neutralizar “la mezcla demográfica y étnica que encarnaba la política de Barack Obama”, en frase del politólogo Sami Naïr. Resurgen los tics más atávicos de la sociedad blanca, anglosajona y protestante ('wasp' en su abreviatura en inglés), por lo general muy conservadora, pero no es posible echar mano de un racismo explícito sin correr grave riesgo electoral, así que la alternativa es articular y hablar de una crisis y de una quiebra de la seguridad.

La pregunta que da título al último libro del profesor Joseph S. Nye, '¿Importa la moral?', dedicado a la política exterior de Estados Unidos desde Franklin D. Roosevelt, es perfectamente transferible a otros ámbitos. Se trata de una pregunta de permanente actualidad, que cuando reinan las falsas noticias y el embuste –el universo de Trump– debe completarse con esta otra: ¿hasta qué punto el presidente es cada día más peligroso?