Al contrataque

Bienestar canino

El lugar privilegiado de los perros y otras mascotas en las sociedades occidentales es uno de los fenómenos más extraños y difíciles de explicar a aquellos que no lo han vivido siempre

Un hombre y un perro, en un banco en Barcelona.

Un hombre y un perro, en un banco en Barcelona. / JULIO CARBÓ

Najat El Hachmi

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A veces me imagino que le tengo que explicar a mi abuela, que no se movió nunca de nuestro pequeño pueblo, la relación que tienen con los perros muchas personas por estas latitudes: que no solo no les relegan al espacio de 'fuera', considerado sucio, atados para que no se escapen, empleados para ayudar a pasturar, alimentados con las sobras de las comidas familiares, sino que entran en las casas aunque puedan ser diminutos apartamentos de ciudad, que se les pasea un par de veces al día, que se les alimenta con piensos de calidad y vendidos específicamente para ellos, que los dueños recogen sus excrementos, los acarician como si fueran niños pequeños, que a veces saltan por sofás y camas y hasta duermen con su humano correspondiente, que los llevan al médico y, si es necesario, se gastan una dineral en salvarles la salud y la vida, que llegan a ser tan importantes para quienes los tienen que se convierten en un ser querido más casi al mismo nivel (a veces por encima) que la propia familia.

Y aunque según cual sea la parentela que te ha tocado se puede llegar a entender esta preferencia, lo cierto es que el lugar privilegiado de los perros y otras mascotas en las sociedades occidentales es uno de los fenómenos más extraños y difíciles de explicar a aquellos que no lo han vivido siempre. Sé que esto a un amante de los perros cualquiera no le cuesta nada comprenderlo pero, créanme, desde fuera, es de lo más chocante.

Yo como que he visto esta realidad desde pequeña estoy acostumbrada e incluso he tenido tentaciones de añadir un cachorrito a mi pequeña familia pero aun así recuerdo la estupefacción máxima que viví hace años al visitar por primera vez Nueva York: por las calles y los parques había más perros que niños, guarderías para cuidarlos durante el día, personas que en vez de pasearlos los llevaban montados en un cochecito, igual que si fueran bebés y hasta había salones de manicura caninas. Me imagino a mi abuela frente a semejante espectáculo: diría que en otra vida le gustaría nacer perra en Nueva York. Yo atribuí esa estampa a la modernidad de la capital del mundo y me reí pero ahora ya hace días que esto también pasa en Barcelona. Tenemos 'boutiques' caninas, señoras que los llevan en cochecito...

Esta es la parte inocua de la humanización de los animales, tratarlos como personas aunque no lo sean, pero este fenómeno tiene una vertiente más agria que puede provocar situaciones de conflicto en la ciudad. Lo viví cuando mi hija era muy pequeña y caminaba por el barrio: al encontrarnos con según qué perros tenía que cogerla para ahorrarle un susto. Si alguna vez pedía al humano correspondiente que hiciera el favor de atar a su mejor amigo, a menudo me encontraba con personas ofendidas que enseguida me contestaban: "pero si no hace nada". No hace nada hasta que hace porque el comportamiento animal no puede asimilarse al de las personas por mucho que quieras a tu mascota. Y esto lo dice incluso César Millán, 'el encantador' de perros.

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