Dos miradas

Niños y miedo

O somos capaces de aparcar la demagogia y encontrar una solución para integrar a los niños inmigrantes que malviven en Barcelona, o los problemas crecerán hasta derivar en desastres ideológicos

Emma Riverola

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Ella pide al taxista que la deje en su portal. Hace días que no coge el bus nocturno. Después del susto, la distancia entre la parada y su casa se le hace insalvable. Él duerme mal. Cualquier ruido le sobresalta. Sabe que se han paseado por su terraza. La misma noche que entraron en el piso del vecino, se encontró las macetas colocadas una sobre otra. ¿Una advertencia? El chaval que vive unas manzanas más allá acaba de despertar angustiado por una pesadilla. De nuevo ha vuelto a verse rodeado. De nuevo le han robado el móvil.

El miedo no sabe de argumentos, cala en la piel y va penetrando hasta fundirse con otros órganos. Estómago, páncreas, hígado... Entonces, el miedo se convierte en otra cosa. Y brota la intolerancia y el egoísmo.

Unos 300 niños de la calle, la mayoría marroquís, malviven en Barcelona. Los hurtos y la cola se han convertido en su alienante modo de sobrevivir. Su paraíso soñado se ha quedado varado en la marginalidad. Son solo una pequeña parte de los menores que llegan a la ciudad, la gran mayoría acepta el sistema de protección que se les ofrece, pero ponen a prueba nuestra resistencia de acogida. O somos capaces de aparcar la demagogia y encontrar una solución para integrar a esos niños, o los problemas crecerán hasta derivar en desastres ideológicos. La tentación de las soluciones fáciles siempre está ahí. Para unos, el extremismo religioso. Para otros, la ultraderecha.