Ideologías en el mundo posbipolar

Totalitarismos de ayer y hoy

Desconfiemos de quienes con una representación electoral pequeña o marginal insiste en presentarse como representantes "del pueblo"

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard / periodico

Pere Vilanova

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En los casi 30 años transcurridos desde el fin de la guerra fría, tomando simbólicamente la caída del Muro de Berlín como referencia icónica, no es fácil hacer un resumen de los grandes debates teóricos o historiográficos transcurridos desde entonces. Seguimos inmersos en una considerable desorientación estratégica y teórica sobre el significado del fin del llamado mundo bipolar. Este tema, el del mundo posbipolar, sigue abierto y dará para mucho, y de momento hemos avanzado poco: mundo unipolar, fragmentación de poderes, choque de civilizaciones, el fin de la Historia. Debajo de estas etiquetas  subyacen otras derivadas, o debates que no hemos cerrado adecuadamente.

El siglo XX ha sido el siglo de los grandes totalitarismos, el soviético y el nazi-fascismo, cada uno incluyendo sus variantes específicas. Ese siglo XX terminó y con él dichos totalitarismos, los mayores desafíos a los que se supuestamente se enfrentaba la democracia política y social. Estamos hablando de “regímenes totalitarios”, no tan solo de “ideologías totalitarias”, entendiendo por tales sistemas políticos de tipo estatal, con instituciones, normas, organización política hegemónica, encuadramiento de la población, policía, jueces, Ejército, todo lo que permite que un Estado actúe como tal, el monopolio de la violencia en serio. Es mucho más que una simple ideología.

Similitudes y diferencias

Otra cuestión a tener en cuenta es que el siglo XX  se cerró con una especie de debate sobre hasta qué punto fascismo (y nazismo) y comunismo eran comparables, o similares, y en qué se diferenciaban, debate que aún colea aquí y allá en las famosas redes. Lo curioso es que pervive también en algunos círculos culturales o de opinión, es decir, sin una rígida filiación partidaria. Por ejemplo, un amigo (ya desaparecido) nos explicaba este tema de un modo deslumbrante. Dijo, en los campos nazis (él estuvo en Buchenwald) todos, sin excepción, sabíamos por qué estábamos en el campo:  rojo, judío, gitano, homosexual, etc. En los campos del Gulag soviético, durante tres décadas, prácticamente nadie sabía muy bien por qué estaba allí. Margaret Buber-Neuman, esposa de un importante dirigente comunista alemán desaparecido en el Gulag soviético, tuvo que vivir la alucinante experiencia de pasar por el Gulag soviético (“esposa de…”) y el campo nazi de Ravensbruck (“esposa de…”). Sobrevivió y nadie la creyó durante años. Una concordancia entre ambos universos es la ideología basada en la unidad férrea del concepto 'pueblo' y  la innegociable exigencia de que ese pueblo se basa en una unidad de representación: el "pueblo" y "el partido del pueblo".

Esa especie de unidad de destino universal (que Franco compró sin vacilar) está en todos los totalitarismos. ¿Qué sobrevive hoy en día de todo esto? Aquí y allá pequeños reductos de regímenes totalitarios 'a la vieja usanza', o en versión 3.0, el modelo chino remodelado. Pero entre nosotros, desconfiemos de quienes con una representación electoral pequeña o marginal insiste en presentarse como representantes “del pueblo”.

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