La religión y los derechos de la mujer

El sexo del islamista

Es hora de decirlo claro a quienes nos amenazan con el fuego eterno: ya no funciona, hemos dejado de creernos por naturaleza malvadas y asumir que se recorten nuestras libertades

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard / periodico

Najat El Hachmi

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Dos mujeres solas se fueron de viaje. Eran jóvenes, muy rubias, en las fotos parecían alegres, seguras de sí mismas, en la plenitud de la vida. Nacieron en Suecia, uno de los países que ha llegado más lejos en la igualdad entre hombres y mujeres. Me imagino que a lo largo de sus cortas vidas nadie les dijo que no tenían derecho a una libertad total por el simple hecho de ser mujeres, me imagino que les resultaba ajena la idea de que hay un tipo de personas que pueden ir por donde quieran mientras que otras no pueden pisar el mundo como si nada. Querían ser guías turísticas, les gustaba el aire libre, la montaña, estaban pasando unos días en el Atlas marroquí, a punto de subir al Toukbal. Y fueron brutalmente asesinadas por un grupo de presuntos radicales islamistas. El crimen es terrible en sí mismo, pero también es un nuevo ejemplo del rearme del machismo que estamos viviendo, en este caso por la vía religiosa fundamentalista.

Cada vez es más evidente que la libertad, la de todo el mundo, pero especialmente la de las mujeres, inquieta, crea malestar entre quienes quisieran un mundo más ordenado, organizado de modo que cada cual ocupe el sitio que le toca. En el cambio que suponen las demandas de más igualdad por parte de la mitad de la humanidad, algunos ven el apocalipsis, el final de todo, la aniquilación del macho, el desbarajuste generalizado y la pérdida de aquellos valores supuestamente seguros que tienen que regir toda sociedad como Dios manda. Y Dios, pónganle el nombre que corresponda según la lengua del hablante, ya sea el Alá de los musulmanes, el God de los americanos o el Deus de los brasileños, ha venido a echar una mano a quienes se sienten amenazados por todos estos movimientos que pretenden invertir el orden establecido para imponer una supuesta ley androfóbica que, dicen, acabará por ser androcida.

Leer 'Sexo y mentiras' de Leïla Slimani o 'El himen y el hiyab' de Mona Eltahawy es descubrir el reflejo de lo real pero negado, que nos han educado para ser ciudadanas de segunda

Así es como se descubren los verdugos ahora disfrazados de víctimas, nos demuestran que la ley religiosa sí estaba al servicio del machismo. Ya dijo el profeta Mahoma que si el cielo está lleno de pobres el infierno lo está de mujeres porque somos unas desagradecidas. No es más que un ejemplo del denso entramado de normas cotidianas y leyes sagradas (tu testimonio valdrá la mitad que el de tu hermano, heredarás la mitad que él, tu cuerpo es vergonzoso y tienes que taparlo, te someterás a tu marido, temerás a Dios y aguantarás cuanto sufrimiento te mande a la espera de una vida mejor tras el umbral de la muerte) que la religión ha ido tejiendo sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas hasta el punto de penetrar en nuestras conciencias. Toca releer el 'Miedo a la libertad' para entender que hay dos formas opuestas pero complementarias de escapar a la desazón que provoca la emancipación individual: la de quienes imponen un régimen totalitario para abolirla del modo en que lo hace el fascismo o las teocracias autoritarias, o bien la sumisión, la abdicación absoluta del ejercicio tan pesado, tan áspero, de la libertad. Hay que volver a Fromm va recordar, precisamente, que las democracias se ponen en peligro cuando aumentan los primeros pero que el ascenso de estos no sería posible sin los segundos.

En el caso que nos ocupa, el de los fundamentalistas islamistas, es evidente que tienen un problema grave con la libertad y con las mujeres. Y un problema específico con la sexualidad y la liberación sexual. Cada vez hay más autoras que, desde los países árabo-musulmanes, confirman esta tesis. Una tesis que se muestra clara ante los ojos, que hemos sufrido en nuestras propias carnes pero que sigue siendo negada porque siempre es más fácil buscar un atajo que enfrentarse al conflicto que uno tiene delante. Leer 'Sexo y mentiras' de Leïla Slimani o 'El himen y el hiyab' de Mona Eltahawy es descubrir el reflejo nítido de lo tangible, real pero negado o edulcorado con mil estratagemas, a cada cual más sofisticada. La realidad es que nos han educado para ser ciudadanas de segunda. El fundamentalismo es, en este caso, una reacción que tiene una obsesión enfermiza con los cuerpos de las mujeres, cree que tenemos que taparnos para no provocar el deseo, que tenemos que comportarnos como Dios manda y vaya, resulta que este Dios siempre nos juega en contra, encorsetándonos o retornándonos a la capacidad de sometimiento de nuestras madres y abuelas.

Es hora de decirlo muy claro también a quienes nos amenazan con el fuego eterno o el destierro: ya no funciona, ya hemos dejado de creernos por naturaleza malvadas, indignas, peligrosas y que por eso tenemos que asumir como normal que se recorten nuestras libertades. Ya podéis ir desempolvando todos los textos sagrados que queráis para indicarnos qué caminos nos están prohibidos: esto, queridos creyentes, no hay Dios que lo pare.