Mirador

Así caen las democracias

Pablo Casado

Pablo Casado / EFE / MANU

Antón Losada

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La política y los políticos ya suponen el segundo problemas que más preocupa a los españoles, según el CIS de diciembre. La corrupción se sitúa como el tercero y juntos se acercan al eterno primero: el paro. Así empiezan todas las tragedias conocidas por las democracias modernas, convirtiendo a la política en el problema.

Tras haber despojado de significado conceptos como “golpe”, “fascismo” o “supremacismo”, para degradarlos a insultos multiuso, la política española enfrenta un nuevo desafío: vaciar categorías como “violencia doméstica” y “violencia de género”. La postverdad ha venido para quedarse. Igual que ayer daba lo mismo que el 2017 fuera el año con menos migración ilegal porque había “cientos de millones” de africanos en camino, hoy no importa que las protegidas por violencia de género multipliquen por veinticinco a los protegidos por violencia doméstica o que, de 1.005.912 denuncias por agresiones machistas entre 2009 y 2016, solo 79 hayan terminado en condena por denuncia falsa. Ya lo dice Pablo Casado: que no les vengan con estadísticas porque él sabe la verdad, el feminismo subvencionado es la amenaza y los hombres quienes necesitan protección.  

La derecha extrema ha tomado el control de la agenda política. Queda por ver si también se apoderará de las políticas y los gobiernos que sigan el modelo de Santa Alianza a testar en Andalucía. Un Partido Popular a la baja y un Ciudadanos al alza creyeron que Vox iba a ser el tonto útil que impidiera perderse en la abstención a miles de votos de la derecha cabreada. Casado y Albert Rivera pactaría y gobernarían y Santiago Abascal haría de ese mayordomo de confianza que las buenas familias tienen para cuando hace falta. Pero la derecha extrema ahora juega con las reglas del sistema. El oportunismo de Rivera y la ligereza de Casado les abrieron la puerta y no se conforman con formar parte del servicio. Si la gran familia de la derecha soñada por Aznar quiere volver a vivir en la Moncloa, habrá de hacer sitio para tres.

La izquierda sigue instalada en el pensamiento mágico de que la irrupción de la derecha extrema hará desaparecer de la habitación el elefante del cual ninguno quiere hablar: la desmovilización de sus votantes. El PSOE se mantiene primero en los sondeos, aunque a base de fagocitar a un Podemos que no consigue amortizar perdidas sumando por la izquierda. Ochocientos mil votantes socialistas y morados se quedaron en casa en Andalucía. Cuando se les pregunta por qué, cuatro de cada 10 señalan a Susana Díaz y su mala gestión.

Pero aquí tampoco importan los datos. La izquierda española teme tanto al pensamiento reaccionario que también culpa a Catalunya y a un independentismo responsable si acaso de no saber aún qué quiere ser de mayor, si socio de un gobierno español de izquierdas o héroes de la resistencia ante uno de derechas. Las lecciones de la Historia llegan claras: el miedo nunca ha protegido a la democracia. Siempre ha sido la fuerza de las ideas.