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Digestiones pesadas y cultura lenta

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Miqui Otero

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Empezamos la Navidad con tintineo eufórico de brindis y con el mismo optimismo con el que desprecintan la novela y la vida los protagonistas de 'Hermosos y malditos': "¡La vida cantaba a la vuelta de la esquina esperando la hora de cenar! ¡La vida repartía cócteles en la calle! ¡Había ancianas entre aquella multitud, convencidas de que podrían participar en una carrera de cien yardas, ganándola!".

Días y noches y comilonas después, somos como los protagonistas desengañados y cetrinos al final del libro de Fitzgerald. Y negociamos con nuestra resaca, física y metafísica, libando Nesquick templado y entregados a maratones de Pocoyo (tan largos que al final la profundidad psicológica de Eli, la elefante rosa, es mayor que la de Raskolnikov en 'Crimen y castigo').

La exitosa iniciativa de Aragón TVE bebe de Warhol y de los programas que triunfan desde hace décadas en Noruega, como horas de pesca de salmón

En este estado de encefalograma de planicie castellana, todo nos parece demasiado veloz; la vida nos atropella con sus gifs y tuits y clics y favs frenéticos y sus cincuenta titulares por minuto. De ahí que haya tenido éxito la iniciativa de Aragón TV, que por primera vez en España ha programado en 'prime time' un espacio de 'slow tv': en este caso, el viaje en ferrocarril que une Zaragoza con Canfranc. Durante casi cuatro horas del día 1, los televidentes han podido ver el trayecto desde la cabina del conductor y en tiempo real. El maridaje de la 'velocidad' de la Renfe con el audiovisual pausado estaba cantado.

Aquí ya lo hizo BTV con las peceras de colores, pero el invento de la tele lenta bebe de experimentos de Warhol (sus cinco horas y 20 minutos del sueño de John Giorno en 'Sleep') y de los programas que triunfan desde hace dos décadas en el canal público noruego: horas de pesca de salmón, fuegos crepitando en chimeneas o la travesía del Hurigruten hasta el Ártico (134 horas). De hecho, la cultura lenta ha ido más allá: la gran novela reciente de ese país, la sexalogía de Karl Ove Knausgard, se acaba de convertir en un audiolibro de 133 horas.

El formato tiene aquí futuro. Podría deparar filmaciones en tiempo real de los autobuses de Magaluf (repletos de guiris beodos), discusiones a gritos en el vagón silencio del AVE, trayectos premodernos en autocares Alsa donde no chuta el wifi, retratos y screen-tests de lectores en metro como los que siempre tuitea la editora Belén Bermejo o del trayecto que para mí representa mis Navidades juveniles: ese tren Lugo-Barcelona que olía a chorizo y empanada y morriña y cuyo nombre de cerveza (Estrella Galicia) no hacía presagiar nada bueno (siempre quedaba varado durante horas en algún punto de nuestra geografía).

Con suerte, el nuevo auge de la cultura lenta irá más allá y provocará el regreso a esas novelas largas, que apenas se escriben y que ya no se leen: esas que, más allá del fogonazo memorialístico o la ocurrencia breve, levantaban mundos que nos hacían interpretar y animar, entender y olvidar, el nuestro. Novelas del 19, el siglo, para el año 19.