MIRADOR
Feliz año de plomo
No es descabellado pensar que lo peor para Catalunya está por llegar en el 2019
Jordi Mercader
Periodista.
Jordi Mercader
En el estreno del 2019 no es descabellado pensar que lo peor para Catalunya está por llegar. La expectativa de hace un año se frustró rápidamente; enseguida se vio claro que nadie había aprendido nada, ni del error unilateral ni de la extralimitación policial y judicial. A medio curso, un golpe de efecto parlamentario abrió las puertas a un Gobierno central favorable al diálogo, con la única baza de un presidente animoso. Las circunstancias son adversas para cualquier solución a corto plazo del conflicto catalán: un Ejecutivo tambaleante en Madrid y el desgobierno instalado en Catalunya, una oposición de derechas beligerante contra el verbo hablar y una voz en Bruselas en 'modus resistendi'.
En algún momento del año perdido, los actores deberían haber aceptado que tan irreal se presenta la vía unilateral como la expectativa liberadora del desplome de España, al modo balcánico. No se hizo. Se optó por institucionalizar la impotencia política, alimentando la estrategia de los arañazos al Estado de derecho, distrayéndose con hipotéticas comisiones mediadoras internacionales, ficciones de reuniones entre gobiernos de igual a igual y la confianza en la justicia universal como aliada determinante.
Sin embargo, el Estado parece estar en mejores condiciones para soportar la tensión institucional de lo que predican algunos independentistas. Este Estado y la Constitución presentan muchos síntomas de desgaste, desde la Corona al Poder Judicial; la cantarela de la secesión se intuye el antídoto más eficaz para relativizar sus males estructurales, lo que es un error, pero no una garantía de ruina total.
La impotencia del Govern Torra podría hacer realidad la metáfora del espejo roto utilizada por Quim Nadal en su reciente libro. Nadal propone un plan razonable sin hacerse ilusiones, sabiendo que la autocrítica oficial por ambos lados, la delimitación de objetivos realistas y la aplicación de mecanismos democráticos para aprobarlos están fuera del alcance de los actuales protagonistas. De todas maneras, no todo sigue igual. El Estado como máquina de hacer independentistas funciona al ralentí gracias a la oferta genérica de diálogo; en cambio, la máquina de hacer españolistas va a tope, dopada por la demagogia de la derecha española y el verbalismo de una parte del soberanismo.
La convivencia en España no parece que vaya a romperse por culpa del secesionismo, más bien al contrario. Dialogantes o intransigentes, les une la unidad, en las varias formulaciones de la misma. Además, cuanta más radicalidad se acumule en la sociedad española, más improbable será una solución aceptable para los catalanes. Hay que hacerse a la idea de que el choque político y social solo puede tener como escenario Catalunya. Amenaza un año de plomo. Torra trabajando a destajo en una revuelta contra la injusticia del juicio por rebelión, un exorcismo para el cabreo emocional del independentismo que no conducirá a la república, pero sí a torpedear el diálogo; y la derecha, relamiéndose con el 155 definitivo.
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