Dos miradas

Salinger, 100

Este martes se cumplen cien años del nacimiento de Jerome David Salinger, que un día se escondió en Cornish y no salió nunca más, empeñado en no explicar nunca nada más a nadie

j d  salinger

j d salinger / periodico

Josep Maria Fonalleras

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Es muy probable que quedara tocado de muerte por su experiencia en la Segunda Guerra Mundial. De una muerte espiritual, al menos, que le hizo ver la oscuridad de las almas. Y también es muy probable que su etapa mística, con aromas orientales, le hiciera escribir unos cuantos relatos con un exceso de buenas intenciones, lejos de la mala leche que tenía antes de meditar tanto, pero siempre nos quedarán los días en Nueva York de Holden Caulfield, aquella larga excursión a través de personajes estrafalarios y de falsedades, aquella devoción por Phoebe, la hermana pequeña, y la fijación por los patos de Central Park. Y aquella fantástica imagen del chico que está al borde de un acantilado para evitar que los niños caigan por él, guardián entre el centeno. Y nos quedará la familia Glass, con todo el grupo de desarraigados y desorientados y estrafalarios, que viven a medio camino de la ingenuidad y de la atracción por el vacío.

Y una prosa empeñada en ella misma y rellena de tics, unos largos periodos para no decir nada o para decir, con un exceso de palabras, las cosas que solo pueden ser dichas si las palabras aparecen como una ola repentina e incontrolable. Este martes se cumplen cien años del nacimiento de Jerome David Salinger, que un día se escondió en Cornish y no salió nunca más, empeñado en no explicar nunca nada más a nadie, porque "si lo hacéis, empezaréis a echar de menos a todo el mundo". O por no tener que explicar al mundo toda aquella "porquería estilo David Copperfield".