Las nuevas adicciones

Quedamos en el Central Perk esta tarde

No se trata de demonizar el mundo que nos ofrece el móvil, pero sí de medir el peso de la soledad que quizá pone en nuestras manos. También el de la ansiedad

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Emma Riverola

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No es necesario remontarnos al blanco y negro. Para los que ya entramos en la franja madura, más o menos interesante, basta con recordar cualquier encuentro de amigos hace unos veinte años. Para el ejercicio también sirve asomarse a una serie de televisión o a una película ambientada en esa época. ¿Se acuerdan de Central Perk, la cafetería de ‘Friends’? Ese local donde los seis protagonistas de la mítica serie (1994-2004) se reunían habitualmente para compartir encuentros y desencuentros. Si trasladamos esa cita a la actualidad (y a nuestro entorno), todo sería diferente.

Hoy, al menos uno de ellos faltaría a la reunión porque la mayoría de las tardes preferiría quedarse en casa jugando a un videojuego (el jugador medio es hombre y de 35 años). Tampoco acudiría la que no pudo asumir el último aumento de alquiler y se mudó al extrarradio (o al extrarradio del extrarradio). Está demasiado cansada para sumar más horas y más dinero de transporte. Además, tiene el móvil. Se conforma con chatear y comentar las fotos del grupo y tiene la sensación de que, de algún modo, sigue estando ahí. El autónomo acostumbra a llegar tarde. Se muere de ganas de hablar, porque se ha pasado el día solo, frente al ordenador, trabajando demasiado y ganando demasiado poco -si es que ese mes ha cobrado-, pero cuando llega, el resto de amigos anda medio distraído. La tentación de la pantalla siempre está ahí. Qué dice Twitter, qué pasa en Instagram, ¿y si me asomo a Tinder?

'¿Por qué nos engancha tanto el móvil?' era el título de un revelador reportaje de Pau Farràs en EL PERIÓDICO. Los españoles pasamos una media de cuatro horas al día pegados al engendro, atrapados por un mecanismo de adicción parecido al de las máquinas tragaperras. ¿Cuántos hemos sido capaces de superar la sobremesa de estas fiestas navideñas sin consultar la pantalla? Asomarnos al mundo, aunque solo un minuto, como si tuviéramos que comprobar que sigue girando, con más ansiedad que curiosidad, enganchados a un aparador infinito. Nos aburrimos sin los estímulos constantes, inmediatos e inacabables que nos ofrece el móvil, y, a medida que nos sumergimos en él, todo a nuestro alrededor se torna liviano.

Reclamos que separan de la realidad

La mayoría llevamos tantos años leyendo a expertos que alertan sobre la adicción al móvil como negando que el problema vaya con nosotros. ¡Felicidades a quien no sienta la necesidad de desandar medio camino para regresar a casa si se ha olvidado la pantallita! Lo cierto es que, aunque individualmente haya quien lo tenga más o menos controlado, todos sufrimos las consecuencias. Qué escasas son esas conversaciones sin interrupciones, libres de ese zumbido constante, de esos reclamos que insisten en separarnos de la realidad que podemos tocar.

No está de más recordar cómo eran nuestras relaciones antes de tener la mirada pegada
a una pantalla

Hace unas semanas se presentó el Consell de la República. La idea impulsada por Carles Puigdemont consiste en crear una suerte de organismo al que se espera que se afilien un millón de personas. La propuesta es que, a través de una aplicación móvil, los inscritos puedan acceder a los debates y acciones que se realicen. Crear un gran 'parlamento' digital. Si la idea tuviera suficiente calado social, aparcando cualquier consideración política, ¿cuántos ciudadanos sentirían satisfecho su anhelo independentista? ¿Puede un ente virtual ofrecer la misma sensación de verosimilitud que la realidad? ¿Hasta qué punto somos capaces de desconectar del mundo tangible?

Una república sin instituciones de ladrillo y cemento, unos amigos que no tocamos y, sobre todo, un tiempo eternamente ocupado con una procesión de impulsos que no ofrecen espacio a la reflexión ni a la imaginación. No se trata de demonizar el mundo que nos ofrece el móvil, pero sí de medir el peso de la soledad que quizá pone en nuestras manos. También el de la ansiedad.

Atrapados en una nueva espera

“Los fabricantes de las tragaperras lo tienen medido: el suspense de no saber si la jugada dará premio genera adicción y, por eso, de vez en cuando, se reparte alguno. Prever una recompensa activa la parte del cerebro vinculada al placer. Por eso las 'apps' que lo saben nos enganchan del modo en que lo hacen”, exponía Farràs. Las esperas al recargar la página, la posibilidad de ver tu publicación agasajada con ‘likes’, ¿cuántos RT tendrá mi tuit? Esperando, siempre esperando a que algo ocurra. Y, cuando pasa, un segundo de satisfacción y, de nuevo atrapados, en una nueva espera. ¿Cuánto desasosiego, cuánta ansiedad hemos añadido a nuestra vida desde la irrupción de los 'smartphones'? 

La tecnología no es nuestra enemiga y tampoco es saludable idealizar el pasado, ni volverá ni tampoco era siempre de color de rosa. Pero, ya que empezamos un nuevo año, quizá podamos reservarnos unos minutos para decidir, con el móvil en la mano, quién queremos que tome las riendas de nuestro tiempo. De paso, no está de más recordar cómo eran nuestras relaciones antes de tener la mirada pegada a una pantalla. Los que entonces eran demasiado jóvenes también pueden rescatar los sueños de cómo la imaginaban. ¿Quedamos en el Central Perk esta tarde?