ANÁLISIS

Consecuencias de la ley de peligrosidad social

Mientras no se apliquen en educación las medidas propuestas en las diversas Leyes contra la Homofobia, la posibilidad de retroceso social es una amenaza latente

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Olga Viñuales Sarasa

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A finales del siglo XIX la medicina sustituyó a la Iglesia en el control de la conducta humana. La importante influencia de Linneo y Darwin en la clasificación y percepción de la naturaleza de la especie llevó a la medicina a concluir que unos comportamientos eran, además de sanos, naturales. Es decir, “innatos” y, otros, insanos y genéticamente perjudiciales para la vida social. Así, a diferencia de cuanto se había afirmado desde Galeno hasta el siglo XIX, se definió la sexualidad humana como “naturalmente” programada para la reproducción. Obviando que la hembra humana puede tener relaciones sexuales satisfactorias antes de la menarquía y después de la menopausia. De manera que la reproducción es la consecuencia y no la causa del deseo erótico.

Coitocentrismo

Si desde los griegos se había percibido la diferencia entre géneros como una gradación que admitía el hermafroditismo como parte natural de la diferencia entre géneros, a partir de esos momentos, la especie pasa a ser explicada como dicotómica: se nace hombre o mujer, heterosexual y, además, coitocéntrico. Estas cuatro variables independientes entre si (sexo, género, prácticas sexuales y objeto de deseo) se interpretan como “naturales”, entendido este término como genéticamente programadas. En consecuencia, con esa posición teórica, cualquier conducta que pusiera en cuestión el modelo “esencialista” era etiquetada como enfermedad mental, mutación, perversión y era, por tanto, objeto de persecución legal, psiquiátrica y condenada al más absoluto ostracismo social.

La suerte estaba echada. Desde que en 1869 el sexólogo húngaro Benkert acuñó por primera vez el término “homosexual” para calificar las prácticas sexuales entre personas del mismo género hasta 1973 momento en que la A.P.A (Asociación de Psiquiatría de EEUU) la eliminó de su lista de enfermedades, miles de hombres fueron detenidos, torturados y condenados por la Ley de Peligrosidad Social en España y miles de mujeres fueron detenidas o ingresadas y sometidas a toda clase de abusos psiquiátricos por sus preferencias eróticas. Hay que añadir que todos los cambios positivos acontecidos tanto en el área anglosajona como en España no hubieran sido posible sin la activa lucha de los colectivos. Es más, fueron los colectivos americanos los que presionaron a la A.P.A. a considerar y votar la investigación de Evelyn Hooker, quien, en 1954, demostró que no era una enfermedad mental.

Por la reforma de la ley 77/1978 de peligrosidad social ya no se podía detener a nadie por actos “homosexuales” homosexualeslo cual significaba que se podían realizar fiestas, encuentros, etc. de carácter exclusivo. No obstante, el 23 de octubre de 1986, se detuvo en Madrid a dos mujeres por besarse en la boca en la Puerta del Sol ya que esta conducta era tipificada por el artículo 431 de la LPRS (Ley de peligrosidad social) como “escándalo público”. Es evidente que, quedaba y queda mucho por hacer.

Sentirse diferente y carecer de posibilidad alguna de comunicarse con otras personas sin miedo a sentirse juzgado es esencial para la salud mental de cualquier ser humano. Es una situación parecida a sobrevivir en una celda de castigo sin ventanas en el corredor de la muerte social. Los avances obtenidos hasta ahora han dotado de libertad a la comunidad LGTBI, pero… es una libertad condicional. Mientras no se apliquen en educación las medidas propuestas en las diversas Leyes contra la Homofobia, la posibilidad de retroceso social es una amenaza latente.